Riad (EFE).- Abu Falah Yabar posee el extraño pero provechoso talento de rastrear huellas en el desierto, lo que ha llevado a la policía saudí a contratarle como «rastreador» para resolver misteriosos delitos o atrapar fugitivos.
«De pequeño, tuve una especie de intuición de que podía seguir las marcas que dejaban los seres humanos y los animales al pasar», recuerda.
Son famosas las leyendas en Arabia Saudí sobre la supuesta capacidad de los antiguos árabes para resolver problemas, capturar delincuentes o cazar animales a través del rastreo de la naturaleza.
La tribu de Al Murra es conocida por sus rastreadores, aunque Yabar -que no pertenece a ese clan- niega tener esa habilidad como parte de la herencia de sus predecesores.
«Nadie de mi familia tenía esa aptitud y mi relación con gente de la tribu de Al Murra me ha ayudado a desarrollarla», afirma.
Yabar lleva veintisiete años trabajando puntualmente para la policía en Al Falay y describe esta práctica como una «pasión por el medio ambiente y la capacidad de memorizar todos los detalles para utilizarlos en caso de emergencia».
En muchas ocasiones, los rastreadores son acusados de trabajar con el diablo, una cuestión que Yabar considera «cómica», porque -dice- la gente se ha acostumbrado a explicarlo todo con argumentos anormales.
«Si fuera cosa del diablo, rastrear las huellas ya habría sido prohibido por el islam», advierte.
Según cuenta la leyenda, los enemigos de Mahoma utilizaron a un famoso rastreador para seguir las huellas del profeta durante su huida de La Meca hacia Medina y llegaron a localizarlo, pero no le hicieron daño «porque Dios lo protegió».
Durante el rastreo, prestando atención a cada detalle, Yabar es capaz de diferenciar entre la huella de un hombre y la de una mujer.
En el caso de las mujeres, este rastreador asegura que puede saber si se trata de una virgen o una embarazada, del mismo modo que puede determinar por las huellas de un camello si este cojea o está tuerto.
«Todo lo que digo no es ninguna exageración, es una verdad que está probada», afirma.
Para determinar la criminalidad de una persona, por ejemplo, se fija en muchos otros factores, como la hierba pegada en los zapatos del sospechoso, la arena en su ropa o el agua que ha bebido durante su fuga.
Yabar considera que, pese a la tecnología moderna, se siguen necesitando rastreadores: «Muchas comisarías de Arabia Saudí requieren aún los servicios de estas personas, que les ayudan a llegar a la escena del crimen».
El ministro saudí del Interior, el príncipe Mohamed Bin Nayef, entregó el pasado abril una recompensa económica de 2.666 dólares a un rastreador que había ayudado a resolver el misterio de un complejo delito al cabo de los meses.
Al Mushabab, de 39 años y compañero de Yabar en el Departamento de Policía, explica que comenzó su entrenamiento como rastreador distinguiendo las huellas de los pies de la familia y los vecinos, que finalmente dejó de confundir.
Este saudí, que ha resuelto decenas de robos y asesinatos usando su intuición y sus conocimientos, admite que las carreteras pavimentadas, las aceras y las casas modernas hacen más difícil su misión.
Al menos, confiesa, Arabia Saudí «es un desierto y los delincuentes prefieren escapar a través de él».
Según Al Mushabab, las saudíes también se dedican a esta profesión, pero «las condiciones sociales les impiden ejercerla, ya que evitan manchar su imagen».
Y concluye que, tanto para hombres como para mujeres, «el arte de la fisonomía es una cuestión curiosa».