En primera -y última- instancia, me anima la muy personal misión de no extraviar la huella, las visiones del delirio ni la risa de los otros: las estaciones del proceso, el ritmo, la solidaridad, los sueños del barrio o el diálogo con mis contemporáneos. Misión cifrada como máxima necesidad de experimentar y de amar la libertad. Búsqueda indecible. Sueño, Vigilia y persistencia ante el relato deslumbrante y todavía más trágico de un espejo subvertido. Espejo mágico que estalla en mil pedazos, revelándonos el hiperreal, maravilloso y terrible Paraíso de la cotidianidad insular.
Aspiración de confrontar y celebrar ciertas prácticas simbólicas especializadas e ideológicamente resistentes, así como otras tantas espectrologías culturales identitarias en el Caribe contemporáneo. Ejercicio espiritual que sólo puede ser productivo mediante el diálogo auténtico -sobre, a través y desde- la proacción transdisciplinar. Diálogo como retroalimento que en cada entrega se consuma como mínimo intento de registrar tan asombrosa diversidad de gestuales personales y colectivos; acciones, propuestas, trayectorias y aportes culturales trascendentales
La mañana del 12 de diciembre de 1492, en la isla de Santo Domingo-, en otros tiempos, por otros pobladores y por otros intereses-, llamada Haití, Kiskaya e Hispaniola, desembarcaba el Almirante de la Mar Océana, Cristóbal Colón, sin sospechar siquiera que iniciaba la exploración de una geografía in-visible, donde se resolvería definitivamente la crisis de la cosmovisión escolástica que primaba aun en la Europa de finales del siglo XVl. Esta resolución dará paso al concepto humanista de universalidad, a una nueva imagen del mundo, a un primer gran salto epistemológico a través del cual la Historia de la cultura se asoma a los umbrales de la modernidad.
Durante más de cinco siglos, el Caribe ha sido el centro de una nueva imagen de la Historia, no sólo porque en este Arco Mágico de islas se haya iniciado la leyenda de la más bella invención del nuevo mundo, sino también porque, más allá del mito del oro de los días, del aire cristalino del paisaje y del bosque esmeralda del Reino de este Mundo, en estas islas germina una conciencia en proceso que se despliega esplendorosamente en el ritmo de su cadencia energética, en las fuentes maravillosas de sus juegos recreativos y en los sorprendentes efectos de su plasticidad mental.
Podemos seguir viendo el Caribe como lugar de primacías, como lugar de gestas, encubrimientos, espejismos y mixtificadas naumaquias, donde sus conquistadores edifican la primera ciudad, plantan la cruz del martirio, afilan sus cuchillos y forman la más despiadada armada para la persuasión del alma americana.
Lugar de aquel prístino gesto solidario en el nuevo mundo, cifra de la inocencia, bordada en la esplendida camisa de yagua que le regalara al Guamikina el mismo cacique taíno Guacanagarix. Lugar de la barbarie encomendada por reales audiencias, de la más sofisticada escuela de piratería y del más irreverente cimarronaje en América.
El análisis del proceso histórico y sociocultural de Santo Domingo, Haití, Cuba, Puerto Rico, Jamaica, las costas del Caribe continental y todo el Arco de las Antillas Menores, adquiere elaboración cristalina en De Cristóbal Colón a Fidel Castro: el Caribe Frontera Imperial, obra fundamental en la que Juan Bosch nos introduce ante un teatro alucinante de civilizadores, cronistas, cardenales, herejes, piratas, corsarios, filibusteros, tribunales y corporaciones que a lo largo del tiempo se transforman en instrumentos políticos de primera clase en el juego de poder de las naciones.
Aquella trágica Frontera Imperial es el mismo Caribe que en estos umbrales del tercer milenio se vende como imagen del brochoure. Imagen de un Paraíso poscolonizado, de un fascinante archipiélago de azúcar, tabaco y ron que estalla como espejo subvertido en las variaciones infinitas de la Polisíntesis: proceso de persistencia, asimilación, transmutación y renovación de una extraordinaria diversidad de valores y aportaciones culturales que establecen la riqueza, diversidad y unicidad de lo que el Caribe ha dado al mundo (A. Carpentier).
De tal proceso surge un nuevo arquetipo: el caribeño, reafirmándose perpetuamente en su autonegación. Ser dual, unidiverso, maravillosamente contradictorio, hipermimetico hasta lo insaciable, desbordado en los juegos del poder, en las mitologías del amor, la violencia y la fértil imaginación. Esto es: cuando accede a los territorios de los sueños, la memoria, el absurdo y a sus propios sentidos de la naturaleza, la existencia, la historia, el tiempo y el hábitat. Pero, los efectos más depurados de este acceso se advierten en los signos y símbolos con que los artistas plásticos y visuales del Caribe articulan sus poéticas y vitalizan sus imágenes.
Nuestros artistas se retroalimentan conscientemente de las expresiones primordiales de sus pueblos al mismo tiempo que se abren hacia los aportes vanguardistas universales para crear un arte propio, auténtico, capaz de provocar la mirada sobre nosotros mismos y de establecer la trascendencia de nuestra diferencia, incluso a través de las más abstractas o minimalistas elaboraciones simbólicas de nuestras contradicciones identitarias. Siguiendo las producciones de profunda capacidad metafórica y resistencia conceptual, como es el caso de los artistas cuyas obras ilustran esta breve nota, podremos calibrar los depurados niveles de rigurosidad expresiva, in-formalidad estética y polivalencia simbólica que admiten lo real, la subjetividad, el signo ancestral, lo fictivo, la cotidianidad y el sueño de la razón en el arte caribeño contemporáneo.