Política como arte de lo imposible

Política como arte de lo imposible

El político, dramaturgo y ex presidente de la república checa, Václav Havel, en un bello discurso argumentó que la política podía ser «el arte de lo imposible… concretamente, el arte de mejorarnos a nosotros mismos y al mundo». Como es bien sabido, la política suele definirse como el arte de lo posible, definición a la cual se han suscrito nuestros políticos criollos. Los que así piensan, aceptan que los seres humanos están implacablemente regidos por un determinismo ciego que los hace incapaces de perfeccionarse: «carácter y figura hasta la sepultura», dice el popular refrán. A contrapelo de esta noción popular, somos de los que consideran que los hombres y mujeres podemos evolucionar desde estadios inferiores a estadios superiores, así como lo hacemos en el plano físico, lo podemos hacer también en el plano mental y espiritual.

Como corolario de nuestra posición, se puede afirmar que la democracia es perfectible, aunque no sea perfecta. Siempre puede y debe mejorarse. Aún reconociendo las debilidades de la democracia, la misma se sustenta en principios que permiten a los ciudadanos que la componen participar en la continua construcción y mejoramiento que demandan los tiempos, permitiendo tanto la búsqueda de la perfección individual como la comunitaria. Le corresponde al gobernante de una democracia conciliar cambio y tradición, es decir, ser un ente moderador que permita un equilibrio dinámico entre las demandas del presente y las del futuro, así como entre las aspiraciones grupales y las nacionales. Para lograr esto, se requiere una mayor participación ciudadana en el análisis y toma de decisiones, así como una mayor efectividad y transparencia de las instituciones que deben responder a las necesidades y aspiraciones de las personas y familias. Esta mayor participación, sin embargo, requiere ciudadanos responsables.

La responsabilidad es un valor central en el ejercicio de la democracia. Como muy bien ha dicho Havel, «la libertad y la democracia significan participación, y por tanto, responsabilidad de parte de todos nosotros». El ejercicio de la responsabilidad ciudadana es un bien más bien escaso en sociedades como la nuestra, lo que en buena medida explica el porqué de tantas dictaduras y gobiernos autoritarios en nuestra historia. Ni los mejores gobiernos y gobernantes del mundo pueden hacer mucho por sí solos. La democracia, o gobierno del pueblo, pone sobre los hombros de los ciudadanos la soberanía de la nación. Tal como reza nuestra Constitución en su Artículo 2: «La soberanía nacional corresponde al pueblo, de quien emanan todos los poderes del Estado, los cuales se ejercen por representación».

Esta gran responsabilidad que impone la democracia sobre nosotros exige que cada ciudadano reclame sus derechos y cumpla con sus deberes, de la mejor manera que nos sea posible. Existen múltiples maneras de hacernos sentir, desde opinar entre nuestros allegados sobre la conducción de la nación, hasta escenificar protestas callejeras y huelgas contra aquellas situaciones que nos agobian o coartan nuestro derecho a vivir digna y tranquilamente. Exijamos a nuestros representantes y gobernantes rendición de cuentas. Venzamos el temor que hace posible el reino de los que se sienten dueños del país. Las dictaduras, en última instancia, son normales en poblaciones que han preferido sacrificar la libertad por una supuesta seguridad. Con razón el psicoanalista Erich Frömm escribió el libro «El miedo a la libertad» (1941), en el que analiza la propensión del ser humano a sacrificar la libertad por su seguridad individual, teniendo Frömm en mente el régimen nazi alemán de ese entonces.

Nosotros lo dominicanos hemos sido por mucho tiempo los tontos útiles de una serie de políticos que han hecho de la conducción del Estado una especie de finca para sus proyectos personales. No nos engañemos con la retórica de las campañas políticas. Tampoco los culpemos por todos nuestros males, pues después de todo ellos no son más que un reflejo de una población, que por su conducta y pasividad, les ha dado alas a gavilanes disfrazados de palomas. Ojalá que algún día podamos escoger al mejor y no al menos malo y que el voto de castigo se convierta en un voto positivo.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas