UBI RIVAS
La única ocasión que Haití respetó nuestra soberanía, luego de la guerra 1844-1856 de independencia, fue el período 1930-61 en que por miedo al generalísimo Rafael Leonidas Trujillo todos los gobernantes haitianos de la época superaron en esmero los tratados que ambos países hubiesen firmado.
Es la idéntica política globalizada que implementa hoy por hoy el presidente George Bush jr. usando como pretexto para todos los excesos, supresión de los derechos individuales con la Ley Patriota y cárceles diseminadas en Europa y Caimanera (Guantánamo), la supuesta «lucha contra el terrorismo».
El miedo no es la forma más idónea para resolver ni conflictos familiares ni mucho menos entre países ni déspotas contra sus pueblos, porque la experiencia de la historia, que es la madre de la sabiduría, demuestra que los métodos expeditivos no son permanentes porque no arraigan en algo fundamental que se llama concientización.
El generalísimo Trujillo gobernó con mano férrea a nuestro país el período sabido, y luego de su final en un charco de sangre, todo retornó al desorden del presidente Horacio Vásquez, porque el tirano no se preocupó en educar a su pueblo, en concientizarlo en relación a los valores éticos, sino en prostituirlo, maltratarlo, asesinar a sus contrarios y despojarles de sus heredades.
Idéntico aconteció en Haití con todos los déspotas que han marcado el periplo deplorable de su discurrir histórico, plagado de sátrapas indolentes y desalmados desde su liberación del tutelaje abyecto de Francia en la batalla de Verterres en 1804.
El imprescindible introito para exponer la voz de alerta en relación a sendas declaraciones vertidas el 24 de mayo último por el representante de Haití en la ONU, en su apéndice UNESCO, Madame Marie Denise Jean, cuando negó en París que en nuestro país se esclavice a sus paisanos.
Al siguiente día, 25 de mayo, fue el embajador haitiano en nuestro país, el veteranísimo y ducho Fritz Cineas, quien se encargó de rebatir la especie relacionada con que a sus nacionales se les esclaviza aquí, en relación, ambas declaraciones, resultado de acusaciones infundadas, dirigidas, de grupúsculos cabilderos que se prestan a servirles de mascarones de proa a litorales interesados.
Esas dos declaraciones, que aparentemente venden el regazo de una armonía entre los dos países, las interpreto como una de las tantas maneras inteligentes y capicúa, de doble sentido, con que siempre los haitianos nos han embaucado para salirse con las suyas.
Fueron dos declaraciones obviamente aprobadas y dirigidas por el inteligente presidente René Preval, para que los dominicanos, vale decir, el gobierno del presidente Leonel Fernández, se solace en las mismas y reafirme su renuncia a repatriar a cerca de dos millones de nacionales haitianos que residen sin documentación en nuestro país.
De ninguna manera podría recetar al gobernante nuestro la fórmula de repatriar por gruesas a los indocumentados haitianos, primero porque conociendo su proceder, no lo haría, y en segundo porque presionado por los intereses de miles de empresarios, en un año pre-electoral, mucho menos lo haría.
No se trata de iniciar un cómic de una redada contra ilegales haitianos, mostrar a las FF.AA. en la recurrente payasada de repatriar a un grupo de haitianos que cuando les dan la espalda en la frontera al ratico retornan al país, sino, cuando el presidente Fernández estime que las condiciones políticas no le afecten en votos su propósito de reelegirse, ordene cumplir la ley 285-04 que delínea la política migratoria del Estado dominicano.
Que en lo sucesivo, cuando se determine, y tendrá que determinarse mejor temprano que tarde, al empresario que otorgue trabajo a un indocumentado, se le aplique por primera vez un subida multa y la segunda se le confisque el negocio y se venda en pública subasta mediante un alguacil en funciones de vendutero público. En el ínterin, cuidémosnos de declaraciones como las citadas, porque son un trasmallo.