JOSÉ B. GAUTIER
Querer mezclar el Estado dominicano con la Iglesia Católica, las políticas gubernamentales con la religión cristiana es muy peligroso. Fundir pensamiento con acción. Despertar el demonio haitiano buscando obtener la pérdida de la soberanía nacional en el marco de una guerra sin cuartel con acciones perpetradas por la Iglesia Católica en contra del Estado dominicano para imponerle dogmas de fe elaboradas en el Estado Vaticano es una verdadera locura.
Arrodillar a la nación dominicana en tribunales nacionales e internacionales con demandas como la inconstitucionalidad de la Ley de Migración No. 285-04 por ante la Suprema Corte de Justicia o en tribunales extranjeros acusada como violadora de los derechos humanos de minorías étnicas, demandas hechas por la Iglesia Católica utilizando a los padres jesuitas como cabeza de lanza, queriendo obligar a doblegar su soberanía territorial porque la Iglesia Católica, con el Papa Benedicto XVI a la cabeza, cree en un mundo terrenal sin fronteras, super poblado, sin controles natales y demográficos, plagado de hambrunas poblacionales permanentes es simplemente un anacronismo religioso inaceptable.
Falta mucha sensatez a esos religiosos católicos que quieren dirigir el Estado dominicano, su política migratoria, desde los púlpitos de su iglesias, como amos y señores de los mismos empobrecidos y hambreados rebaños de feligreses a lo largo de quinientos años cuando iniciaron su cruzada de evangelización cristiana en la Isla de Santo Domingo, frente a colonos asesinos y ladrones, indios y negros esclavos en encomiendas y plantaciones y minas, ignorando que han llegado al Siglo XXI donde la libertad de las naciones y sus habitantes y su forma de razonar fluyen de conocimientos plasmados por la cibernética, la comunicación digital y las computadoras así como de los medios de comunicación, especialmente la prensa, la televisión y la radio.
Piensan los religiosos católicos que la humanidad esta todavía viviendo en la época medieval, durante el oscuro reinado de la Inquisición, por no retrotraernos al año cero de nuestra Era, cuando el judaísmo se dividió en dos religiones, recogidas en el Viejo y el Nuevo Testamento Bíblico para combatir al Imperio Romano, surgiendo entonces, la figura de Jesús.
A lo largo de cuatro mil años antes de aparecer Jesús el Cristo, dinastías farónicas están todavía hoy plasmadas en monumentos y figuras talladas en piedras y dentro de tumbas pintadas, sarcófagos y momias, así como de cientos de miles de prendas, esculturas y objetos encontrados a lo largo del río Nilo en pirámides egipcias de civilizaciones perdidas que nos cuentan de muchos otros dioses venerados por el hombre.
Cuando Moisés huyó con sus esclavos hebreos del yugo faraónico, abriéndose paso por el Mar Rojo en busca de la tierra prometida por Jehová, llegando al desierto del Sinai, ya los dioses del Africa egipcia eran venerados en todo su esplendor.
Insisto en la necesidad de separar al Estado dominicano de la Iglesia Católica.
Religión y política no hacen buena mezcla. Esta nación, la República Dominicana, su gente, quiere paz, orden, respeto a los derechos humanos, libertad política, de expresión y difusión del pensamiento, de cultos y religiosa, basada en normativas legales y constitucionales institucionalizadas con gobiernos civiles, republicanos, democráticos, alternos y representativos respetada por las de más naciones del mundo.
No paz de cementerio alcanzada mediante la existencia de dictaduras políticas o eclesiásticas verticales como la que esta establecida en el Estado Vaticano en Roma, con un Papa, monarca absoluto de por vida, que como jefe de Estado y de gobierno es infalible en su forma de actuar y de pensar.
En ese orden de ideas y de derechos, el pueblo dominicano le ha puesto el cascabel al gato. Por fin se ha roto el voto al silencio y se identifica quienes son sus enemigos. Y las campanillas suenan por doquier. Las alimañas saltan de sus escondites y altares como verdaderas asociaciones de malhechores. Se busca destruir la institucionalidad.
El fin justifica los medios: delinquir en alteraciones de actas del registro civil, de nacimientos y de defunciones; en declaraciones tardías y fraudulentas; en la expedición de cédulas de identidad y electoral falsas a nacionales haitianos; en el tráfico de indocumentados haitianos mayores y menores de edad para otorgarle la nacionalidad dominicana; en tráfico de parturientas y de limosneras con recién nacidos. Diáconos condenados por asesinatos; por violaciones sexuales; por prostitución de menores.
Se descubre que tan solo un cura haitiano hace cerca de diez años atrás, declaró en el registro civil de su parroquia de Valverde, Mao, que ochenta y nueve niños haitianos, supuestamente de allí, eran hijos suyos con madres haitianas. Otro padre belga en Barahona hace parecida declaraciones fraudulenta de declarar niños haitianos nacidos aquí o en Haití como hijos de él. Y las investigaciones solo comienzan a verse como la punta de un iceberg.
La trama esta integrada por una red de sacerdotes extranjeros y dominicanos dirigida y financiada con apoyo de naciones con problemas migratorios propios que por años han donado a estos religiosos dinero, comida, ropa, materiales de construcción, apoyo logístico en los medios informativos, con la que participan los Estados Unidos de América, Canadá, Francia, Alemania, España y Francia y que forman ONG de migrantes y refugiados como pantallas para recibir la ayuda internacional, trabajando en ghettos humanos llamados bateyes ubicados en tierras pertenecientes al Consejo Estatal del Azúcar (CEA) devastadas, haitianizadas y abandonadas, creadas y mantenidas como botín de corrupción por todos los gobiernos a partir de 1966, a cambio de hacer esa criminal laboral pastoral como negocio, sirviendo como país receptor de haitianos y de conversión de haitianos vuduista en los enclaves haitianos al catolicismo convirtiéndose a la vez en ciudadanos dominicanos.
Hasta qué grado ha quedado dañado el sistema nacional de registro civil y de expedición de cédulas de identidad y electoral con fines electorales, su credibilidad, con la intromisión de estos delincuentes religiosos, debe ser investigado y determinado por la Junta Central Electoral y puestos a la disposición de la justicia. ¿Cómo se puede cumplir la Ley de Migración No. 285-04 si existen miles de expedientes de falsedad de documentos públicos relacionados con haitianos radicados ilegalmente en territorio nacional? Así no hay cura ni iglesia que quiera paz en Haití ni en la República Dominicana. La institucionalidad de los dos países significa la quiebra de numerosos privilegios y canonjías que genera el negocio migratorio de los pobres y desposeídos haitianos.