Política y herencia

Política y herencia

El desconocimiento del origen de una herencia conduce a la destrucción de la misma, cuando quienes la usufructúan pierden la brújula que llevó a los forjadores de la fortuna a trabajar con dedicación, sacrificios, inteligencia, sin desmayos, guiados por aspiraciones superiores que desbordan el límite de lo personal para buscar el beneficio de la mayoría.

La historia está llena de ejemplos claros, contundentes, determinantes: quienes heredan, difícilmente administrarán en forma debida, si no han sido entrenados para manejar la fortuna que se pone en sus manos o que les toca.

Aquellos que en el camino de la historia construyen, edifican, conforman un conjunto de bienes materiales o espirituales, que aspiran a que sean empleados con propiedad, deben preparar a quienes algún día administrarán ese patrimonio para que lo hagan bien.

Lo más importante es el entrenamiento, la enseñanza, el ejemplo, la directriz que se enseña sin palabras, solo con la acción del maestro, del entrenador, de quien escoge el albacea de  la herencia.

La construcción de una fortuna es un resultado, no una causa. La causa puede ser el norte que se persigue, el blanco hacia el cual se lanza una flecha que lleva en su trayecto una voluntad, o un conjunto de voluntades, que persiguen el triunfo de un conjunto de ideas o la acumulación de fortuna. La construcción de la fortuna está formada por el transitar un camino lleno de dificultades, de tropiezos, levantar los pies luego de cada caída y vuelta a empezar, con la mira fija en la meta que se persigue.

La política es una carrera de obstáculos que se inicia con el propósito de llegar triunfante a la meta ansiada; es un plan que se formula con mucho cuidado y se ejecuta con dedicación espartana.

La herencia política es un fardo muchísimo más pesado, que la fortuna en bienes materiales que puede haber atesorado una persona, una familia.

La administración de la herencia política es mucho más complicada, ya que se trata de trabajar con gente y para la gente, en la conquista del bien común.

Por supuesto, hablo del ejercicio político decente, democrático, patriótico y sin otra ambición que la de crear, conformar, mantener, preservar y enriquecer la nación, por encima de los intereses particulares.

A quienes recibieron la herencia de luchas en favor del país, ocurridas desde 1961 en adelante, les correspondía hacerla brillar. Indigna y avergüenza, ver la forma en que algunos, antes jóvenes idealistas del Partido de la Liberación Dominicana, como Leonel Fernández, han aprovechado la oportunidad que les da la historia para el envilecimiento y el desprecio a los principios morales que una vez dijeron defender.  

A Dios, que no los perdone.

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