Políticas coherentes

Políticas coherentes

“El país más pobre del hemisferio” tiene completamente “de relajo” al país «con más crecimiento económico de la región antillana”. El gobierno de Haití, intervenido por los cascos azules de la ONU desde hace una década, no dispone ninguna medida efectiva para mejorar el orden público en su país; ni para celebrar elecciones; ni para recoger los escombros del terremoto del año 2010; ni para documentar a sus propios ciudadanos. En cambio, organiza toda clase de iniciativas contra el Estado vecino, de donde les llegó la única ayuda, oportuna y eficaz, durante la tragedia sísmica que acarreó 200 mil muertos y montones de heridos y huérfanos.

Todo ello con la complicidad de los países interventores, cuyas fuerzas armadas no han podido corregir nada en Haití; pero intentan “exportar” su fracaso a la República Dominicana. En Siria, las naciones interventoras “tiran cada una por su lado”; unas contra Bashar al-Asad; otros contra el Estado islámico; Rusia, bombardea a favor del gobierno que más conviene a sus barcos de guerra. Aquí, en la isla Española, todos tiran contra el mismo lado, contra la RD, que ya “aloja” millones de emigrantes haitianos; mientras en Europa se discute cómo se repartirán unos cuantos miles de refugiados sirios entre un grupo de naciones ricas.

Soy dominicano de padre y madre, abuelos, bisabuelos; me gusta comer “mangú” con huevos fritos y cebolla, moro de gandules; disfruto escuchando los merengues viejos; si oigo un “perico ripiao”, enseguida siento ganas de bailar. Mi dominicanidad es “irremediable”, porque es “visceral”, esto es, cultural, emocional, política, gastronómica. Las personas que -como yo- llegan a “la edad de ver nietos grandes”, es imposible que abriguen la idea de emigrar y empezar nueva vida en un país distinto del suyo.

Millones de dominicanos que aman su tierra -costumbres, platos típicos, música- expresan cada día sus sentimientos “dominicanistas”, patrióticos -si se quiere “nacionalistas”-, y no podrán ser “reprimidos” por cascos azules, blancos o negros, extranjeros o nativos. Las relaciones diplomáticas con Haití deben ser restablecidas; no tenerlas es parecido a “preferir la guerra”; y así podría ser interpretado por la “comunidad internacional”. Pero es imprescindible una respuesta, coherente y firme, que obligue a rectificar a haitianos y patrocinadores.

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