El mundo en el que vivimos hoy es tan sui géneris y singular que nos constriñe a vivir en un proceso continuo de evolución y de reingeniería personal. En virtud de ello, el desarrollo de la tecnología ha roto los antiquísimos paradigmas educativos, económicos y sociopolíticos del otrora mundo en el que vivíamos, para dar paso a la “Sociedad Liquida” definida por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Desde esa perspectiva, esas supuestas virtudes sociológicas y políticas de los líderes que venía predominando desde el antiguo Imperio Babilónico; es una concepción que cumplió su papel histórico ya que hoy, los gobernantes tienen el mismo alcance de la información que los gobernados.
Esa irrupción vertiginosa de la tecnología es la que ha propiciado que empresas como Facebook, Amazon y Apple, puedan de manera individual obtener ganancias que triplican el PIB de varios Estados juntos que tienen hasta recursos naturales. De igual forma, ese mismo desarrollo ha convertido a Google, Netflix, Uber, Trivago y iTunes, en las 5 empresas en sus áreas más poderosas del mundo; aun cuando ninguna de ellas tiene físicamente ni un solo producto de los que comercializa. Si extrapolamos esas realidades al campo de la política debemos afirmar que, increíblemente aun cuando la misma no ha sido ajena a esta revolución del conocimiento paradójicamente; la gran mayoría de los líderes de todo el mundo viven en el siglo XIX.
Entre el Chisme, la Bazofia y la Barricada.
Al parecer cuando el politólogo estadounidense Francis Fukuyama escribió su legendaria y proverbial obra “El Fin de la Historia y el Ultimo Hombre”, los actores políticos no entendieron que el autor no solo hablaba de la ruptura del modelo ideológico y económico, sino que, ademásadvertía que indefectiblemente los líderes estaban compelidos a dar el salto hacia las prácticas políticas del siglo XXI. Sin embargo, Latinoamérica, Medio Oriente, gran parte de África y con mayor acentuación en República Dominicana, los seudo-líderes políticos encarnan a la perfección en la concepción de “analfabetos del siglo XXI”; como definió el gran Alvin Toffler aquellos que se niegan aprender a desaprender para reaprender a vivir en el mundo de hoy.
Los actores políticos nuestros viven en un mundo tan anacrónico que en sus discursos de cada 10 palabras que dicen 8 se pueden tirar al zafacón. Andan con una entelequia comunicacional que utilizan en todos los procesos desde la prehistoria, cuyas líneas están cargadas de chismes y de una constante barricada que solo los separa de los estériles discursos de sus oponentes; pero que en nada aportan para hacer empatía con el electorado. Todavía en pleno siglo XXI andan pregonando que tienen un plan obviando que su proyecto no es ni será jamás; más importante que el propio proyecto del elector y, que inclusive pudiera ser muy bueno; pero no el que está aspirando la colectividad.
El Gran Reto Ciudadano.
Si partimos de la premisa del novelista francés André Malraux de que los pueblos tienen los gobiernos que se le parecen, debemos decir entonces; que ya no es posible seguir teniendo líderes con discursos y propuestas del siglo XIX, cuando en el mundo de hoy hay niños de 10 años capaces de hackear el sistema de seguridad y defensa de cualquier potencia nuclear. Hay que rechazar y sustituir a esos actores políticos rancios, análogos y con una cosmovisión de Guerra Fría. Necesitamos fabricar una generación de políticos jóvenes, emprendedores, visionarios y perspicaces que vean en nuestros países espacios para las oportunidades y no desde el lamento de la retrospectiva explotación imperialista.
Vamos a repensar la política como dice el historiador argentino Ezequiel Adamovsky. Llevemos al zafacón de la historia a esos líderes que creen que hoy los países se desarrollan exportando arroz y habichuelas. Aquellos que no crean en la tecnología, en la globalización y en la innovación vamos a hackearle su liderazgo. Dejémoslo sin señal para que no puedan dirigirse al pueblo y vamos a convertirnos en los Haters de sus discursos. La sociedad postcapitalista de hoy no puede vivir en franca simbiosis con una clase política decimonónica, recalcitrante y de cerebro liliputiense. Si con la sangre salimos de los dictadores, hoy con la revolución tecnológica hay que extirpar a quienes siguen convencidos de que Marx y Smith aún tienen el mundo dividido.