Cuando la Alianza Nacional Progresista formalizaba su retiro de las “elecciones” celebradas el 16 de mayo de 1930 para darle tintes de triunfo a la combinación de Rafael Trujillo-Rafael Estrella Ureña, conocida como Confederación de Partidos, existían antecedentes de una profunda incomprensión entre dos líderes esenciales que no llegaron a percibir la desgracia que se aproximaba. Tanto Horacio Vásquez como Federico Velásquez se establecieron en el poder en 1924, después de un proceso de ocupación militar (1916-24), y la perturbadora interpretación constitucional del primero, generó distancias y heridas que pretendieron curarse insertando a Ángel Morales de segundo a bordo en los comicios de 1930. Desafortunadamente, el entendimiento llegó tarde porque los egos generaron tantas distancias que facilitaron el advenimiento de 31 años de absolutismo. Perdió el país.
Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo), argumentó que la participación del 14 de Junio en la competencia post-tiranía de diciembre de 1962 representaba un “matadero electoral” y su organización declinó someterse a la consideración de los ciudadanos. La vocación por emular el éxito del 1 de enero de 1959 en Cuba cerraba la opción establecida por la formalidad democrática. No obstante, las razones que terminaron con su vida el 21 de diciembre de 1963 estaban profundamente asociadas a las “escarpadas montañas de Quisqueya” porque el ritmo institucional abortado en septiembre de 1963 condujo al sacrificio ejemplar. El Juan Bosch que ganó el poder y el insigne líder muerto en Las Manaclas estaban en capacidad de unificar voluntades para el cambio sustancial de la nación. Irónicamente, en tramos esenciales no interpretaron correctamente el drama de la sociedad que les tocó vivir. De nuevo, no conseguimos la meta.
Francisco Alberto Caamaño, hijo del ministro de Fuerzas Armadas del dictador (1930-61) en un gesto divorciado de su origen y experiencia militar alcanzó el punto de mayor honor patriótico al ejercer la condición de jefe y presidente del gobierno constitucional en el año 1965. Incluyo, la figura que descollaba en los inicios del proceso encaminado a reconquistar la constitucionalidad perdida: Rafael Tomás Fernández Domínguez. Ambos, sirven de materia prima para auscultar en el alma de ciudadanos con un altísimo sentido del “momentum” que saben correctamente colocarse en la ruta de la historia, desdeñando las pautas que su raíz familiar indica.
Los acercamientos desarrollados por el Movimiento Popular Dominicano (MPD) con sectores militares, fundamentalmente con Elías Wessin y Wessin, no eran entendidos por la rigidez ideológica y política de la época. Ahora bien, nadie pone en dudas que eran correctos. Después, José Francisco Peña Gómez, con su singular habilidad, estableció las bases de un acuerdo electoral que no se cristalizó en 1974, pero solidificó las energías del cambio encabezado por Antonio Guzmán en 1978. Interpretarlo ahora es cómodo, lo justo es que las posturas políticas se correspondían con un sentido de inteligencia innegable.
Años transcurridos, errores reiterados y actores de cortedad lamentable no terminan de asimilar que la lucha partidaria se torna eficiente en la medida que los componentes de la razón se imponen sobre la pasión. No ando estimulando perder la identidad ni patear principios básicos. La cohabitación inteligente es la regla de éxito para el desarrollo institucional de los países, y aquí seguimos reiterándonos en el error sin observar más allá de las fronteras nacionales.
Aquí, lo de mayor inteligencia para el desarrollo del país consiste en hacer coincidir la voluntad del cambio con las cuantías electorales que lo posibilitan. En el 2020 nadie gana sin recibir el voto de electores de “otros” partidos, y el que se cree ganado anda perdido. Nadie me puede convencer de lo contrario, háganle llegar el mensaje a Luis Abinader y Leonel Fernández.