América Latina vive un otoño amargo, con una gran conmoción mediática global por las violentas protestas sociales protagonizadas por multitudes enardecidas reclamando reformas sociales profundas que hagan menos desiguales sociedades consideradas las más desiguales del mundo. El caso más sorprendente fue Chile, considerado como ejemplo de un modelo neoliberal que pocos recuerdan que generó mucho debate sobre si era imprescindible aplicarlo bajo un régimen de fuerza como era la dictadura pinochetista. ¿Por qué el dilema? Por la simple razón de que como buen modelo neoliberal se sustentaba en una gran desigualdad, que ni los gobiernos de centro ni de izquierda ni de derecha posteriores lo remodelaron. Explosiones multitudinarias en Chile, Ecuador y Colombia así como la profunda revocación electoral contra otro gobierno neoliberal en Argentina tuvieron todo un común denominador: la rebelión contra los privilegios de las élites. El caso de Bolivia tuvo otro signo y más bien se sustentaron en el temor de que se retrotraigan algunas de las igualdades que se habían alcanzado.
En varios artículos y conferencias he advertido de que en la región estamos sobre una bomba de tiempo; la pobreza, marginación y, especialmente la desigualdad. Esa bomba se ha activado y sus consecuencias son y serán cada vez más dramáticas si la clase política no asume sus responsabilidades.
La secretaria general de CEPAL recordaba que la organización “ha posicionado a la igualdad como fundamento del desarrollo. Hoy constatamos nuevamente la urgencia de avanzar en la construcción de Estados de Bienestar, basados en derechos y en la igualdad, que otorguen a sus ciudadanos y ciudadanas acceso a sistemas integrales y universales de protección social y a bienes públicos esenciales, como salud y educación de calidad, vivienda y transporte. El llamado es a construir pactos sociales para la igualdad”; lo declaró en el momento de publicar el Panorama Social de América Latina 2019. La desigualdad no es abstracta, es socialmente brutal. Estudios recientes divulgados señalan que la desigualdad social crea diferencia hasta en la esperanza de vida, por ejemplo en Santiago de Chile, según en el barrio de sobrevivencia, pueden vivir 18 años menos que en otro privilegiado. La gente, tomando conciencia de esas realidades, se cansa de las inequidades.
Resulta realmente escandaloso que en Ecuador dijeran que no había alternativa para subir el costo del transporte, pero cuando se hizo crítica la situación surgió una variante y subieron los impuestos a los de mayores ingresos; sí se pudo revertir el peso sobre los más pobres. El Chile del llamado “modelo “oyó al presidente confesar que no “había percibido” la carencia de la población, increíble. La majestuosa Buenos Aires muestra por las grandes avenidas a familias durmiendo en la intemperie a pesar del fuerte frio, pero hasta que perdió las elecciones primarias el presidente no “había entendido” la situación de una población que padece lo que él creo. Por otro lado, en Colombia, los “acuerdos de paz” despertaron a la población. En todas esas naciones solo el clamor del pueblo está haciendo que los políticos miren al ciudadano marginado. Vivimos una gran crisis social y de democracia y eso tendrá consecuencias.