Cuando el sol iridiscente tramonta melancólico su partida a la caída de la tarde, el alma se envuelve en un íntimo embeleso, en una sutil añoranza.
Ese momento entrañable plasmado por tantos artistas del pincel, es motivo de inspiración para el compositor dominicano José Dolores Cerón, quien con profunda sensibilidad describe el instante con notas que emanan de hontanares sonoros y se expanden en círculos concéntricos de cálida armonía, conformando su bellísimo poema A la caída de la Tarde.
Exquisito introito para este segundo concierto de la Temporada de la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección del maestro José Antonio Molina.
El programa continúa con la Sinfonía No. 9 de Dimitri Shostakovich. Con esta interpretación la orquesta produce realmente música de calidad, la acertada dirección de Molina consigue la adhesión de las diferentes partes orquestales y diferenciar en su esencia, cada movimiento de esta obra alegre, y melancólica en sus partes lentas.
Compuesta de cinco movimientos, en el primero Allegro resaltan los solos de las maderas y las flautas; el segundo Moderato, inicia con un solo hermoso y lánguido del clarinete Jorge Torres Sosa- luego se unen las maderas y las cuerdas lentas con delicado lirismo. Los tres movimientos finales tocados sin interrupción, exponen diferentes temas. El tercero, un Presto inicia con entusiasmo hasta llegar a un brillante solo de trompeta Víctor Mitrov-, se escuchan las flautas Luis Ruiz y Andrés Guzmán- irrumpe la pandereta, y súbitamente se pasa al siguiente movimiento, un Largo que inicia con una fanfarria, dando paso al solo intimista del fagot Angel M. Cruz-. Finalmente con el Allegro vuelve la alegría inicial, el sonido del tambor, los redobles y el batir de la pandereta propician el climax creando un ambiente formidable de danza. La orquesta, su director reciben una merecida ovación.
El programa cierra con el concierto No. 3 para piano y orquesta de Sergei Rachmaninov. Siendo este uno de los más difíciles del repertorio pianístico por su exigencia musical y demandante técnica del intérprete, sin duda todas las expectativas estaban puestas en el solista invitado, el destacado pianista italiano Antonio Pompa-Baldi.
El concierto no tan famoso como el segundo, pero al decir de Kurt Pahlen más sinfónico, contiene alusiones a temas rusos y a ritmos eslavos.
Dividido en tres movimientos, en el Allegro ma non tanto, el piano domina culminando en una amplia cadenza. El segundo movimiento Intermezzo: Adagio más lírico, trasunta el tema principal del primer movimiento. El Finale: Alla breve es el más pianístico. En los tres movimientos Pompa-Baldi muestra un virtuosismo excepcional, su ejecución es una verdadera apoteosis de la técnica que le permite sortear las múltiples dificultades técnicas. El tempo empleado quizás demasiado veloz en algunos pasajes limita un tanto el contenido poético de los temas. Pero esas dificultades también deben ser asumidas por el director que con verdadera empatía logra la imprescindible armonía orquesta-solista.