En su poema Los inmigrantes, Norberto James escribió: “Hubo un tiempo/-no lo conocí-/en que la caña/los millones/y la provincia de nombre indígena/de salobre y húmedo apellido/tenían música propia”.
En ese tiempo, conocido como “la danza de los millones” ocurrió lo que en Venezuela que no sembraron el petróleo, como pedía el padre de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) Juan Pablo Pérez Alfonso y hoy vemos cómo está Venezuela, especialmente su economía.
Juan Bosch escribió un artículo titulado “Cuidado con las cuentas alegres” en el periódico El Sol, donde llamaba la atención del país al manejo irresponsable de la economía nacional. Fue en 1971 o 1972.
En un sencillo y agudo análisis, el economista español Miguel Sebastián examina la economía de su país en un libro titulado: “La falsa bonanza”, donde describe los errores del mal manejo de las situaciones bonancibles. Mi tío Cano (Francisco) Gautreau enviaba desde Caracas postales donde se veían automóviles estacionados a ambos lados de las calles. Como niño, pensaba en cuándo habría una situación similar en nuestro país, pues llegó hace algunos años.
Dado que ningún gobierno le ha metido mano al problema del tránsito, sólo cuando Hamlet Hermann dirigió la Autoridad Metropolitana del Transporte, hubo un comienzo exitoso de organización de tan importante actividad, esfuerzo que fue politizado y aplatanado.
Carros estacionados a ambos lados de las calles de 8 de la mañana a 5 de la tarde, hablan claramente de una diarrea de dinero estancado, mientras falta inversión en la agropecuaria, en la industrialización, en la metalmecánica, en la conversión de productos mineros en joyas.
Otra diarrea la alta inversión en graduar universitarios que no hallarán trabajo.
Altos impuestos para alimentar el clientelismo que genera vagancia y dejadez, indiferencia y la vida del buscón. Creamos personas como aquel muerto de hambre a quien llevaban a enterrar y al ofrecerle un guineo, como no estaba pelado dijo: pues que siga el entierro.
La ilusión de las zonas francas, son como las aguas del Paraná que sin detener sus pasos besan la orilla y se van igual ocurre con el turismo cuyos inversionistas nos dejan migajas de empleítos y se llevan la parte del león. Explotan nuestra mano de obra, pero se llevan las ganancias, al igual que el turismo.
La minería se lleva las riquezas y nos deja los huecos vacíos y los bosques deforestados.
Nos preciamos del alto crecimiento de la economía, pero, en realidad, disfrutamos de una bonanza de pompas de jabón, que se las lleva el viento, si es que no estallan antes.