“¡Hola Píndaro! –le grita eufórico José Luis, que acaba de llegar de California-… ¿Qué estás inventando con eso que tienes en tus manos?”…
“Un amigo me trajo una cubeta llena de cacatas esta mañana… -Le responde Píndaro-… Vinieron en fotos dentro de una noticia viva que está llena de rasgos internacionales pero que, por su veneno, tiene una ponzoña que se refleja en casi todos los periódicos y medios de comunicación… Parece que mi amigo ha querido agredirme… -Así se expresa mientras señala con su dedo hacia el fondo de la cubeta… -Estas cacatas han sido presentadas como dignas de ser captadas por el lente de uno de mis grandes amigos fotógrafos…”.
Y sigue su relato: “Tan pronto las vi en primera página, justo fuera de la cubeta decía: Cacatas… ‘Tarántulas Dominicanas (Phormictopuscancerides)… Como del tamaño de la mano de un hombre y con sus patas alargadas para poder alcanzar al mejor postor, tocarlo… ¡Y dejarlo vivo para el mal ejemplo de casi toda la población!… ¡Cuidado!… ¡Peligro de contagio hasta en las más altas esferas!”.
“Mira, Píndaro –le comenta José Luis-… En realidad, las cacatas no son muy agresivas… pero… ¡son venenosas y te morderán si las provocas!… Sólo he oído de uno que se metió a jugar con una de ellas y, mientras hacía un vuelo en playas extranjeras, por razones aún todavía indescifrables perdió su vida…”.
Hay un mito en nuestro país –le responde Píndaro- que, al parecer, no explota pero pica y se extiende… Dice que, si te picara una cacata, tienes que comerte tus propias eses fecales para contrarrestar su veneno y salir airoso del fortuito encuentro… Lo único malo de eso sería que, si llegas a hacer eso, estarías contaminándote como ella y multiplicarías su presencia por sólo copiar y reproducir con hechos dolosos su comportamiento… La cacata es capaz de participar de varias obras al mismo tiempo… moverse muy segura de un lado a otro, aunque parezca improvisado… Lo único que oirás, permanentemente, serán gritos de temor, mientras ella busca sus congéneres aunque se hablen en idiomas diferentes…”.
“Rebuscando en la enciclopedia digital –expresa José Luis-, encontré que esta especie es llamada Arignée-crab en Haití y que es muy rara en Cuba… pero, que viene desde las Islas Occidentales y de Brazil…”.
“Ufff… es cierto –exclama Píndaro-… Las más conocidas, durante el día se esconden entre rocas y malezas para, durante las noches, salir a buscar sus presas… Pero, las que viven disfrazadas de impunidad actúan a la sombra –y no precisamente del sol- de complicados entramados de poder… Cuando logran sorprender, pican a su objetivo inyectándole su veneno hasta paralizarlo y revitalizarse, escondiendo su crecimiento en turbias aguas difíciles de aplicarles cloro… Por su influencia, todo el sistema en el que se mueven se convierte en presa de su alcance…”.
José Luis le interrumpe: “Sí tiene una gran ventaja, de la cual saca enormes beneficios: No es peligrosa para los humanos, pero si les produce picor e irritación… Sin embargo, su inconfundible color les hace casi atractivas mascotas que se mueven libremente en ambientes tropicales que rodean entre los 28 grados centígrados en el exterior y 20 grados como en el aire acondicionado…”.
Meditabundo y cabizbajo, Píndaro levanta sus ojos mientras reflexiona: “Dentro de la cubeta que me fue regalada, una de ellas –la más grande y dañina- había sido bautizada como Impunidad… Lo triste del caso que quien me trajo el regalo tenía en el dedo un tatuaje que leía: Inmune… Al darme cuenta del hecho, no me quedó más remedio que decirle: ¡Entra el dedo, que la cacatica no está ahí!