¿Poner la cabeza en el tocón?

¿Poner la cabeza en el tocón?

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Me han contado la anécdota de una señora muy formal que «hacia cola» para pagar el servicio de agua potable. La fila era larga porque en esos días habían concedido «una gracia» especial a los usuarios en atraso de pagos. «La gracia» consistía en una reducción del 50% de la deuda, si esta fuera cubierta en el lapso de una semana. La señora formal escuchó las conversaciones de personas que estaban en turnos previos al que a ella correspondía. Al llegar a la ventanilla, preguntó: ¿Por qué a ellos les cobran la mitad de lo que me cobran a mí, a pesar de que estoy al día en los pagos? El empleado de la estafeta contestó: «Porque usted es una marrana que paga a tiempo».

Quiere esto decir que quienes pagan a tiempo son castigados; en cambio, los morosos son premiados con «una gracia» que representa una economía substancial. Este criterio se aplica también al cobro de impuestos. Con frecuencia escuchamos que las autoridades conceden «amnistías fiscales». Algunas veces estas «amnistías» funcionan a manera de «borrón y cuenta nueva». Otras veces, solo significan la ampliación de los plazos para pagar o la eliminación de recargos por mora. Sean «servicios públicos» o impuestos «ordinarios», el resultado es el mismo: Los morosos son premiados; los pagadores penalizados. En todos los sectores de la economía hay grupos sociales que constituyen la «franja de buenos pagadores», como le llaman los estadígrafos.

A este grupo siempre le «caen los palitos», según reza el dicho popular. Desde hace décadas es costumbre aumentar las tarifas «de los que pagan», con la finalidad de cobrar más. Cada vez que el gobierno necesita «incrementar las recaudaciones» se aplica este método, tan injusto como eficiente. La antigua Corporación Dominicana de Electricidad estableció el procedimiento de cobrar mas a «los que pagan», de hincar el diente en la «franja de los pagadores consuetudinarios». Estos pagadores, mansos y regulares, por lo general pertenecen a la clase media. Los pobres de solemnidad no pagan nada a causa de su pobreza, como es evidente y no se cansan de repetir los sociólogos. Los muy ricos tienen recursos para «vivir bien»… y negociar «inmunidades», «amnistías fiscales», tratos privilegiados, protección política, etc.

A las placas de los automóviles, viejos y nuevos, se les aumenta el costo para darles por las cabezas a los que han pagado bien tradicionalmente. El porcentaje del ITBIS se eleva con el mismo objetivo: que paguen los que ya pagan. No se hacen muchos esfuerzos para ampliar la base de los contribuyentes, ni para mejorar el cobro de los impuestos existentes. El golpe va siempre donde está el verdugón. La clase media no puede escapar porque, una de dos: o está en nómina o le pagan mediante cheques. Para colmo, consume a través de tarjetas de crédito. Siempre deja las huellas del dinero que entra y del que sale.

Los «agentes de retención» del ITBIS, y de otros impuestos, no son suficientemente supervisados. El hombre común paga impuestos y no sabe adonde van a parar los dineros que le descuentan. A una injusticia económica se añade otra injusticia que llamaremos «procesal». Nuestro sistema impositivo no favorece ni estimula el ahorro de los que trabajan – único grupo social con «ingresos regulares» -; y por tanto, no promueve la capitalización, que solo puede alcanzarse por vía del ahorro. A las injusticias ya mencionadas debemos agregar la injusticia fiscal especifica y la injusticia política en general.

Los políticos que cobran los impuestos suelen cometer desfalcos. Los periódicos informan todos los días sobre casos como el de RENOVE o el amoblamiento del edificio de la Suprema Corte de Justicia. También los periódicos reseñan a menudo que numerosos funcionarios públicos no cumplen con el «requisito legal» de hacer una declaración de bienes. El «negocio» de cobrar impuestos es tan lucrativo como él trafico de drogas o la venta de energía eléctrica. Por todo esto, al contribuyente «formal», continuo, regular – consuetudinario -, le molesta que le traten de «marrano» o «marrana», tantos puercos sinvergüenzas disfrazados de publicanos. Ya es hora de organizar la «resistencia» social propuesta por el pobre Ernesto Sábato. La desobediencia civil es un recurso extremo al que no debe llegarse sin agotar otros procedimientos civilizados. Pero es una solución valida, aunque desesperada, cuando una persona – un grupo, una clase – no desea poner su cabeza en el tocón para que el verdugo propine el hachazo.

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