Poner palabras a Auschwitz

Poner palabras a Auschwitz

REPORTAJES.- El 8 de diciembre de 1941 entró en funcionamiento Chelmno, el primer campo construido para ser usado como campo de exterminio, de asesinato masivo por métodos industriales.

Belzec, Sobibor y Treblinka abrieron sus puertas a principios de 1942 y, en la primavera de ese año. se inauguró Auschwitz-Birkenau, el de peor fama, en el que murieron más de un millón de personas, en su mayoría judíos, pero también soviéticos, gitanos, polacos… .

Pero la maquinaria de muerte entró en funcionamiento mucho antes. El primero fue Dachau, abierto en marzo de 1933, en las inmediaciones de Munich, dos meses después de que Hitler fuese nombrado canciller de Alemania. Luego vendrían Buchenwald, Mauthausen, Neuengamme, Ravensbrück o Sachsenhausen.

Allí iban los opositores al régimen: comunistas, socialistas, líderes sindicales y cualquiera que supusiese una “amenaza”, como homosexuales, testigos de Jehová, delincuentes comunes o integrantes de las Brigadas Internacionales que habían participado en la Guerra Civil Española.

La barbarie humana tiene en los campos de exterminio nazi uno de sus ejemplos más infames. La “solución final” consumió cientos de miles de vidas de hombres, mujeres y niños. Algunos de los rescatados hace 70 años de ese infierno, coincidiendo con el fin de la Segunda Guerra Mundial, dejaron testimonio escrito de ese profundo trauma que marcará por siempre la historia del mundo.

Auschwitz como asunto literario y filosófico. Tras la guerra, el Holocausto o la “Shoah” se convirtió en un asunto literario y filosófico de primer orden. Muchos supervivientes sintieron la necesidad imperiosa de testimoniar, de guardar viva la memoria de los desaparecidos y de gritar el sufrimiento y la desesperanza de las víctimas de esa inhumanidad.

Primo Levi, Jean Améry, Paul Celan y Tadeusz Borowski dejaron en sus escritos la dolorosa memoria de sus vivencias en Auschwitz, pero el peso de los terribles recuerdos fue insoportable y acabaron suicidándose.

Levi (1999-1987) firmó la “Trilogía de Auschwitz”, formada por “Si esto es un hombre” (considerada una de las mejores obras del siglo XX), “La tregua” y “Los salvados y los hundidos”.

“Cada cual vivió el campo a su modo”, decía Levi y, en su caso, como químico que era, prevaleció “el interés científico (…) Para mí -explicó- el ‘Lager’ fue una especie de universidad”.

Levi, italiano de origen sefardí, quería “no vivir y contar, sino vivir para contar” las atrocidades de las que fue testigo y que le hicieron saber lo que verdaderamente significa “yacer en el fondo”.

Y la deshumanización, el aniquilamiento del cuerpo y del alma hasta que la persona queda reducida a la nada, que llevó a Levi a decir que habían sobrevivido los peores, los más egoístas, los que tenían menos escrúpulos, en una selección negativa.

Para la memoria queda “Nuestro hogar es Auschwitz” y “Adiós a María”, obras de gran crudeza del polaco Tadeus Borowsky (1922-1951), que fue obligado a trabajar en la sección de experimentación médica del campo de peor fama.

“Quien ha sufrido la tortura ya no puede sentir el mundo como su hogar”, decía el intelectual austríaco Jean Améry (1912-1978), quien desarrolló esa perdida de confianza en la sociedad en “Más allá de la culpa y la expiación”, al tiempo que clamaba justicia.

De Paul Celan (1920-1970), considerado como el más grande lírico en alemán de la segunda posguerra, es el más estremecedor poema sobre el Holocausto, “Muerte en fuga”, que contradice la afirmación de Theodor Adorno de que tras Auschwitz no se podía escribir poesía.

El mayor trauma del siglo XX en Europa. Poesía, ensayo, teatro o novela; cualquier género vale para abordar la mayor experiencia traumática del siglo XX en Europa.

Pilar clave de esa literatura es “La noche”, del premio nobel de la paz, Elie Wiesel (1928), a la que siguió “El alba” y “El día”.

“Nunca olvidaré esa noche, la primera noche en el campo, la cual convirtió mi vida en una larga noche, siete veces maldecida y siete veces sellada. Nunca olvidaré aquel humo. Nunca olvidaré las caras pequeñas de los niños, cuyos cuerpos vi convertirse en espiral de humo bajo un silencioso cielo azul. Nunca olvidaré estas llamas que consumieron para siempre mi fe”.

Y nunca olvidó, como tampoco lo hicieron el francés Robert Antelme en “La especie humana!, un relato de “horror peor que la muerte” y de reflexión sobre la vulnerabilidad del ser humano. Ni el psicólogo y neurólogo austríaco Victor Frankl quien mantuvo en “El hombre en busca de sentido” que, incluso en la situación más extrema, el hombre sobrevive gracias a su dimensión espiritual.

 

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