«Poner una pica en Flandes»
y el drama policial

«Poner una pica en Flandes» <BR>y el drama policial

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Nos refieren historiadores y comentaristas acuciosos, como José María Iribarren en su obra El Porqué de los Dichos -apoyándose en Vicente Bastús y Cabrera, autor de un interesante diccionario histórica enciclopédico español que en tiempos de Felipe Cuarto, rey de España y Portugal, hijo de Felipe Tercero y Margarita de Austria y Señor de un Imperio formidable en su extensión, era extramadamente difícil encontrar españoles que quieran alistarse en las tropas y tomar una pica (como si dijéramos ahora un fusil) para ir a servir a los tercios, o cuerpos de infantería destacados en Flandes.

Tan grave llegó a ser la escasez de soldados, que en mil seiscientos cincuenta y cinco había tercios y compañías que sólo contaban con veintiocho hombres armados, cuando un tercio era un regimiento integrado por tres armas: había cuerpos con Pica, otros con arcabuz, algunos con espada y rodela y luego con mosquete.

¿Razones? Descontento económico. Las riquezas de España se iban fuera, nunca alcanzaban para el pueblo. Deudas, compromisos, disparates. La miseria popular es tal que en pleno esplendor imperial de Carlos Primero, en mil quinientos cincuenta y cuatro, se publica La Vida del Lazarillo de Tormes, que es un recuento de realidades miseriosas que han sido llamadas, insensiblemente «novelas picarescas».

¿Es «picardía» la del policía dominicano que, agobiado de carencias, con mujer e hijos sumidos en el hambre o el engaño de una tisana de variadas hojas que permiten tragar un plato de harina de maíz con manteca rala o un poco de arroz blanco teñido de lo que esté más barato? ¿Es picardía la del agente policial que perdona infracciones mayores y menores a cambio de unos pesos?

Cuando, envenenado de mala vida, hambre y carencias múltiples, pierde la prudencia y se desborda en malos tratos al infractor (hombre, mujer o arrogante adolescente) ¿tenemos razón al recriminarlo y referirnos a la policía en los peores términos?

La miseria es terrible.

Leemos en la primera página de este periódico, lunes 17 de enero 2005, las declaraciones del mayor general Manuel de Jesús Pérez Sánchez, informando que la Policía no ha podido conseguir tres mil quinientos jóvenes de los cinco mil que necesita para aumentar su personal, debido a que carece de ofertas salariales que interesen a esta juventud a la cual se le requiere cierto grado de educación secundaria. Se han presentado mil quinientos, de los cuales una parte no ha concluido el bachillerato.

Este admirable Jefe Policial, el general Pérez Sánchez, declaró que mientras en otros países un policía devenga salarios equivalentes a sesenta mil pesos mensuales, aquí «ganan escasos sueldos».

Benavente nos deja dicho en sus intereses creados que «antes de pedir ha de ofrecerse». También señala que «la vida es lonja de contratación, toma y daca». No se puede exigir sin ofrecer. Más que ofrecer: garantizar.

Alguna vez he escrito que el policía responsable de cuidar la manzana de la zona de clase media en que vivía con mi familia en Londres mientras fui agregado cultural en la capital británica estaba instalado en la misma área, a unos diez edificios de distancia. Al cuidarnos, se cuidaba, porque allí estaban su mujer y sus hijos. Su dignidad y su honor.

No podemos pretender tal cosa aquí, donde los alquileres alcanzan precios imposibles, pero es necesario comprender que la Policía Nacional debe ser, además de limpiada de malandrines, miembros del crimen organizado, drogadictos y parte de una terrorífica escoria humana, dotada de un personal de más alto nivel, capaz de vivir modestamente, sin angustias, capacitado económicamente para proveer las necesidades de su familia, sin excesos, robos o abusos de poder.

No existen garantías de que, en tal situación, los policías sean maravilla de honradez y eficacia, pero, por lo menos, no estamos fabricando una delincuencia oficializada y una escuela de malignidades.

Lo que merece fortísima atención e inversión es la Policía.
Pero una Policía limpia, bien pagada, equipada como corresponde.
Capaz de responder a las necesidades poblacionales.
Capaz de merecer confianza.
Y justo respeto.

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