Póngale rueditas a su planta

Póngale rueditas a su planta

POR  DOMINGO ABRÉU COLLADO
En vista del éxito obtenido en el control de las ventas de combustibles, con el asunto de cerrar a las 8:00 P.M. y los sábados a las 12:00 M., y con la prohibición de vender gasolina o gasoil en botellas, galones o tanques, los que tengan generadores de electricidad en sus casas o negocios tendrán que colocarle rueditas y adaptarle una transmisión para conducirlas hasta las gasolineras montados en ellas.

Se supone -porque no hay de otra más que suponer- que la distribución de combustibles a domicilio va a proliferar y a generar más beneficios que el loto, vendiendo gasolina a sobreprecio a los necesitados del nuevo “precioso líquido”. A menos que, como dije al principio, usted le ponga ruedas y transmisión a su planta, y arranque carretera en medio hasta la estación de gasolina más cercana.

Penurias pasarán aquellas damiselas dueñas de salones de belleza, que diestras en el manejo del peine, las tijeras y el cepillo, no han aprendido a conducir, mucho menos a montarse en su “plantica” de un kilo para manejarla hasta la estación gasolinera. Aunque le queda la alternativa de colocarle un burro delante y tirar de ella hasta la consabida bomba, donde nadie podrá negarles el nuevo “precioso líquido”, porque no es en galones que lo buscan, si no en el propio vehículo.

Problemas no tendrán los cortadores de yerba y césped (valga la diferencia: yerba se corta en las casas de pobres y para los Días de Reyes, mientras que en casa de ricos “se poda el césped”). Pues éstos miembros de la clase cortadora de yerba sólo tendrán que empujar sus cortadoras hasta la fila de vehículos y apostarse en la hilera sombrilla en mano hasta que le toque su turno.

Pero no se sorprenda si en cualquier momento (y para que nadie tenga que andar “manejando” plantas por las calles) un “inventor” dominicano aparece en un periódico con un modelo de carburador de gas propano para las plantas generadoras de electricidad. Porque, por lo visto, no hay forma de hacerle entender a los dominicanos que “no sólo de pan vive el hombre” y que “no sólo con gasolina y propano se mueven los carros”. Que hay otros combustibles funcionando ya que nada tienen que ver con el petróleo -como el Etanol- que podemos fabricarlo aquí, con caña o con sorgo.

Nada pues, póngale rueditas a su planta y manéjela hasta la bomba. Pero no se le olvide ponerle placa.

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Una ciudad que nunca se termina de construir

Santo Domingo nunca termina de construirse. Es la ciudad más cambiante de América. Por donde quiera se aparece un tractor llevándose media cuadra o una “comesola” abriendo un hoyo del tamaño de un edificio para luego dejarlo echar yerbas hasta volverse bosque en desnivel.

Hace poco alguien escribió sobre la cantidad de superhoyos que hay en Santo Domingo a la espera de llenarse de hormigón. Hay por ahí una supuesta “torre inteligente” que todavía está pensando cómo es que se va a levantar, y así por el estilo.

Las comesolas descansan luego de abrir dos tremendos hoyos al sur y al norte del Palacio de Bellas Artes y sentarse a esperar. Es como si fuera el resultado de un frío cálculo: “abiertos los hoyos ya no hay marcha atrás”.

La cosa es que desde que se entra a Santo Domingo por cualquiera de sus carreteras usted se encuentra con construcciones y destrucciones que no paran, no dejan a Santo Domingo ser una ciudad terminada nunca.

No vale la pena quedarse con la imagen de cualquier rincón bonito de Santo Domingo, porque en cualquier momento lo van a demoler para construir cualquier cosa, manteniendo la ciudad en un constante desdoblamiento que no permite cobrarle cariño, es como una puta que cambia constantemente de ropa y perfume.

Y si alguna vez por ley se prohibe que Santo Domingo cambie su aspecto, siempre habrá quien logre violar la ley y destruir otro pedazo bonito y fresco para levantar una torre, construir un parqueo, o colocar una superbanca de apuestas.

Nueva York nunca duerme, y Santo Domingo nunca despierta de la pesadilla del movimiento de tierra.

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Un poquito de paz en la carretera

Con el bajón vehicular los fines de semana, a fuerza de la limitación en los combustibles, se puede conseguir un poquito de paz en algunas carreteras. Incluso, los ruidosos competidores provincianos han tenido que bajar el tono del cilindraje para poder economizar la gasolina. Y el rebasador consuetudinario ya lo piensa dos veces antes de dejarse arrastrar por el gusto del acelerador.

La disminución del tráfico deberá provocar también un descenso de la mortalidad por causa de accidentes en las carreteras. Y si eso es así, creo que una de las mejores medidas para evitar muertes en al feriado de la próxima Semana Santa deberá ser poner la gasolina a 300 pesos el galón, si no es que de aquí a allá la tenemos más alta de ahí.

Claro que eso pudiera traer como consecuencia directa que aumente la población, por aquello de que la gente se deba quedar en casa por el problema de la gasolina… pero peor se multiplican en la playa, así es que muy bien.

Hasta la fauna, principalmente la avifauna, tendría algo de paz y volvería a los árboles cercanos a las carreteras. Y qué mejor pudiera ocurrirles a las familias de las ciudades por las que atraviesan las carreteras: menos monóxido de carbono, menos hollín en sus cortinas, menos polvo en sus pisos y platos…

Y quien sabe si esta situación nos lleve al uso de los carros de vela, empujados por el viento, nada contaminantes, silenciosos, es más, compitiendo por el que sea el más silencioso.

¿Lo imaginan? ¿Imaginan semejante remanso de paz en que se convertirían las carreteras? ¡¡Que viva el aumento de la gasolina!!

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El daño visto desde el cielo

No es por parodiar la hermosísima exposición que tuvimos en el Parque Independencia auspiciada por la Embajada de Francia. Pero, mírenlo ustedes. Por donde pasa la carretera, y no existe control sobre el impacto que puede causar, por lo regular su impacto expansivo se lleva bosques, contamina ríos, degrada el entorno, elimina hábitats. Y no la carretera en sí, sino la gente, a la que la carretera le abre paso. No para que vaya adelante, sino para que se expanda a los lados. Ese es el gran problema de carecer de un sistema de transporte masivo, como el tren, por ejemplo.

Cuando se trata de un tren éste se detiene en estaciones, y a partir de las estaciones la gente se expande: construye casas, siembra, construye empresas, pero siempre cerca de las estaciones.

Pero cuando se trata de carreteras, sin transporte masivo, sino con un maldito transporte de guaguas, voladoras, carros de concho interurbano y motoconcho interparaje, la gente tiende a instalarse donde mejor le plazca, a construir su “casa” donde le venga en ganas. Al lado del arroyo para tomar el agua por un lado y echarle sus heces fecales por el otro. Porque habiendo un arroyo o un río que se lo lleva todo, ¿para qué construir una letrina?

Y esa es la filosofía habitacional de los dominicanos, filosofía que ha prosperado al amparo del clientelismo político aplastando lo mejor que pudimos tener como personas para dejarnos lo peor que pudimos tener como animales.

En fin, que la mala no es la carretera, sino los que abusan de la facilidad que esta brinda. Y peores aquellos que sabiendo la necesidad que existe de controlar el crecimiento de las poblaciones y posibilitar un transporte digno, funcional y paralelo con un desarrollo armonioso con la naturaleza, recurren a lo peor para el beneficio político: la causa de todos nuestros males.

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