Popicracia

Popicracia

Guido Gómez Mazara

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Popicracia. Cuando los dominicanos post tiranía comenzaron a escuchar las frases “tutumpote, hijo de Machepa”, sin darnos cuenta, establecían las bases de una interpretación de clases sobre la realidad política. Y Juan Bosch, señalaba el camino de leer los procesos de competencia en la búsqueda del poder, en un país con tres décadas de absolutismo.

Pasado el tiempo, la crisis en el debate de las ideas y enorme déficit argumental de exponentes de la selva partidaria no pueden borrar diferencias acordes con una nueva realidad que, reiteran distancias, hoy bajo nuevas calificaciones propias de la evolución de los esquemas asociados al siglo 21.

Un mundo carente de ideologías produce el necesario aterrizaje de los conceptos para el consumo y entendimiento del variopinto social, y de paso, habilita formas y expresiones identitarias en capacidad de ser asimiladas por todos.
Antes, el de arriba era el que se desplazaba en los carros pescuezos largos, pero ahora, el criterio alrededor del que ejerce privilegios irritantes es un “POPI”, no necesariamente porque el calificativo expresa la condición financiera, sino que, en el marco de una sociedad estructuralmente excluyente, el ejercicio arrogante de sus ventajas profundiza el disgusto ciudadano.

En el terreno del cuerpo social dominicano, un POPI anda desconectado de la realidad y sus ámbitos de interacción están pautados por la espectacularidad y exhibición que contrasta con una mayoría asfixiada por las urgencias cotidianas.

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Lo trágico reside en que, dicha concepción, se traslade a las instancias de poder institucional estructurando una visión del país caracterizada por criterios excluyentes, donde el resto y/o los que no se adhieren a sus estilos, corren la suerte de ser vedados de las oportunidades.

Toda sociedad carga en su vientre la diversidad de clases que, armonizadas desde las altas responsabilidades públicas, nunca conducen por los terrenos de la rabia social. Ahora bien, lo que resulta lastimoso es la oficialización de una noción exquisita de la participación, capaz de maltratar al que no sienten “igual” sin apelar a que el sentido de promoción y éxito lo determinen el talento, capacidad y vocación de servicio.

Podrán irritarse y hasta etiquetar de “intención de fragmentar la sociedad” pero, lo que está fuera de discusión es en la urgencia de aproximar el país de la opulencia y estilos exquisitos, al de los desheredados de siempre, porque en la armonía social descansa la validación del modelo democrático. De lo contrario, lo que todos lamentaremos: el vengador social.

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