Popularidad vs. impopularidad

Popularidad vs. impopularidad

LEANDRO GUZMAN
Los resultados de las elecciones congresuales y municipales dejaron en claro que la popularidad del presidente Leonel Fernández se impuso a la impopularidad del ex presidente Hipólito Mejía, verdadero poder detrás del trono del Partido Revolucionario Dominicano, que cargó con el lastre del llamado PPH, que pasará a la historia como el principal responsable del desastre electoral del partido del jacho prendío.

La participación directa del presidente Fernández en apoyo a los candidatos del oficialista Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y sus aliados, fue un factor decisivo para que se produjera un cambio en la composición del Congreso, aunque es prematuro saber si realmente los nuevos legisladores impulsarán los cambios que requiere la Nación dominicana.

Si bien es cierto que estas elecciones sirvieron para fortalecer la todavía vulnerable democracia dominicana, uno se pregunta si dada la negativa experiencia de un Congreso totalmente controlado por un partido político, esa situación se revertirá ahora que se perfila lo mismo.

El presidente Fernández es lo suficientemente inteligente y popular para evitar la “dictadura congresual” que él mismo criticó.

Su popularidad le permitirá actuar sin presiones importantes a la hora de imponerse al poder avasallador fundamentado en el triunfalismo de los nuevos senadores, diputados, síndicos y regidores del PLD, que podrían verse tentados a actuar bajo la premisa, no siempre agradable, de que “el Poder es para ejercerlo”.

La partidocracia imperante en los últimos años ha evitado el establecimiento de una verdadera institucionalidad democrática, dado que los partidos políticos se han repartido las principales instituciones del Estado, unos fundamentándose en el Poder cuando lo han ejercido, otros con “negociaciones de aposento” con las cuales pretenden dar carácter de legalidad a un supuesto “consenso”.

Esa situación ha ido en perjuicio de las minorías, excluidas así de las decisiones fundamentales, pues ni en el pasado Gobierno, ni en el actual, se les ha dado la importancia que merecen.

Es por esa razón que siempre hemos abogado por la participación directa del pueblo, a través de sus sectores populares y representativos, a la hora de tomar decisiones de envergadura. No simples “diálogos abiertos” con grupos previamente escogidos que a menudo no representan el verdadero sentir del pueblo.

Naturalmente, eso no podrá lograrse mientras no se establezca el Referéndum y el Plebiscito en cualquier modificación constitucional que se produzca. Con el Referéndum, el pueblo podrá respaldar o no iniciativas de los poderes públicos, mientras que con el Plebiscito un político en el Poder, en este caso un Presidente, solicita al conjunto de sus ciudadanos que le manifiesten su confianza para ejecutar cualquier acción de importancia para el país.

La misma Constitución deberá establecer los mecanismos para que no se abuse alegremente de ambas cosas.

El presidente Fernández, ante el triunfo de su Partido y aliados, tiene ante sí la magnífica oportunidad para impulsar los cambios que el país requiere, sin la necesidad de apelar a un artículo 55 de la Constitución, que debe ser erradicado por siempre jamás.

La lección que arroja el proceso electoral recién celebrado vale para que el PLD y el PRD se abran a los liderazgos emergentes, muchos de los cuales han sido obstaculizados en sus aspiraciones de ascenso político, ganadas en base a su trabajo.

Esto es más válido para el caso del PRD, donde en lugar de dar la oportunidad a nuevos líderes, se creó una tendencia avasalladora que impuso candidatos por encima de quienes habían ganado elecciones internas.

Esto explica por qué algunos dirigentes importantes abandonaron el PRD después de años de militancia, para colocarse bajo la sombra de un PLD que se veía triunfador.

Esperamos que con los nuevos poderes a su favor, a nadie se le ocurra en el PLD copiar lo que sucedió en la República Dominicana y México, donde en el primer caso un Partido Reformista se impuso durante 20 años y en México el Partido Revolucionario Independiente (PRI) permaneció casi 70 años en el poder, hasta ser derrotado vergonzosamente, dándole paso a la democracia que nuevamente sufrirá una prueba de fuego el próximo 2 de julio.

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