Populismo caudillista en América Latina

Populismo caudillista en América Latina

Hugo Chávez inauguró una nueva etapa del populismo caudillista en AL

La transición política en la República Dominicana de 1978 marcó el inicio de la ola de transiciones a la democracia electoral que vivió América Latina en la década de 1980.

El caso dominicano fue especial porque la transición no conllevó el derrocamiento de una dictadura militar, sino la derrota electoral de un presidente civil autoritario (Joaquín Balaguer). En el resto de la región las transiciones fueron de gobiernos militares a civiles.

A la transición dominicana le siguió la de Ecuador en 1979 y Perú en 1980, y así sucesivamente hasta que finalmente cayó Pinochet en Chile en 1989 y terminaron las guerras centroamericanas.

Entre temores y aprehensiones, se abrió la esperanza de que a la región le esperaban tiempos mejores de democracia y desarrollo económico.

Mientras eso ocurría, en Venezuela, uno de los pocos países donde había prevalecido la democracia electoral desde la década de 1960, comenzaron a quebrarse las bases del sistema político.

El bipartidismo colapsó y Hugo Chávez ascendió al poder en 1999.
O sea, mientras las dictaduras militares de derecha cayeron una tras otra en los años 80, en Venezuela surgió vía electoral un Gobierno encabezado por un exmilitar que se proclamó representante del socialismo del Siglo XXI.

Chávez inauguró una nueva etapa del populismo caudillista en América Latina y utilizó ampliamente el electoralismo plebiscitario para afianzar su poder.

En una sociedad de grandes riquezas y desigualdades, usó amplios recursos para gestar apoyo de los sectores populares con programas de vivienda, salud y educación, y con su excéntrica retórica demarcó los linderos de su proyecto político.

Al ser exmilitar, articuló además un fuerte apoyo de las fuerzas militares que, al presente, son un sostén clave del chavismo.

El populismo caudillista no se detuvo en Venezuela. Otras figuras destacadas fueron Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, también alineados con el llamado socialismo del Siglo XXI.

En común tuvieron no solo la fuerza del liderazgo carismático, sino también la movilización de los sectores populares para gestar bases electorales que sustentaran sus proyectos políticos.

Los Kirshner y Lula son también parte en esta corriente, aunque sin trastocar profundamente las bases del poder económico tradicional como sí hicieron Chávez, Evo y Correa.

Más tarde llegó en México Andrés Manuel López Obrador con una retórica similar, pero agenda de transformación más limitada y el ícono del fenómeno en Centroamérica: Nayib Bukele en El Salvador. Pedro Castillo en Perú es la última revelación.

Vale aclarar que populismo no es sinónimo de programas sociales, tampoco de promesas electorales populares.

El populismo es una articulación política que interpela y moviliza a los sectores populares en contraposición a las élites dominantes. Por eso generalmente se asocia a políticos con un discurso de izquierda o socialista, aunque no es exclusivo de ellos.

Existe también el populismo de derecha o conservador que interpela al pueblo con un discurso de ley, orden y tradición contra las élites liberales (el caso de Jair Bolsonaro en Brasil).

Todos los países de América Latina donde ha surgido el populismo caudillista, sea de izquierda o derecha (o como se quiera llamar porque no son productos ideológicos puros) carecen de un sistema de partidos políticos sólido. Y es que, ante la falta de partidos sustanciosos, el caudillo carismático se convierte en el ente articulador del poder y necesita movilizar votantes.

La República Dominicana nunca ha vivido la experiencia del populismo caudillista, pero la debilidad actual del sistema de partidos abre esa posibilidad a futuro si no se produce un refortalecimiento partidario en los próximos años.

El populismo se asocia por lo general a políticos con un discurso de izquierda o socialista

Más leídas