¿Por dónde empezar?

¿Por dónde empezar?

El diagnóstico es inobjetable: “epidemia de violencia”, según los criterios de la OMS; “corrupción rampante”, según el Foro Económico Mundial, y “colapso de los servicios públicos”, según todos los informes, lo que no es tan claro es: ¿por dónde empezar si decidiéramos enfrentar efectivamente la situación?

Lo que se necesita -como prioridad número uno- recibe diferentes nombres: ‘Estado de derecho’, para los abogados; ‘instituciones’, para los economistas; ‘cultura de obediencia a la ley’, en las ciencias sociales, y, ‘reglas de juego’, en el comercio. Es un contrato social en el que se cumplen las reglas establecidas, la ley no es “un pedazo de papel”, se acaba esa costumbre de “vivir como chivos sin ley”, y los gobernantes se reconocen súbditos de la ley.

Como sociedad solo tenemos estas opciones: anarquía, dictadura, o el Estado de derecho. El problema con la anarquía es que, cuando todo el mundo hace lo que le da la gana, al final nadie puede hacer lo que le da la gana, pues los otros con su libertinaje lo impiden, y al final todos resultan perjudicados. El problema con la dictadura es que, cuando una persona asume poderes absolutos, termina corrompiéndose de forma absoluta, y cae en la tiranía. Nuestra opción es un Estado de derecho como genuina expresión de la democracia. El respeto a la ley es la diferencia entre barbarie y civilización. Incluso si las leyes son mediocres, como suele suceder, resulta mejor sometemos a ella que desobedecerlas.

Para Douglas C. North la ventaja de tener ‘instituciones’ es la predictibilidad de la conducta ajena, lo cual permite a cada cual tomar mejores decisiones en cualquier área de la vida. Esto es así en el tránsito, en los negocios, y en cualquier oficina. Si uno sabe con qué viene el otro, puede responder mejor a las contingencias, y la única manera como se logra este escenario predecible es sometiéndonos a las reglas establecidas.

Antes de modificar o de introducir nuevas leyes tenemos que aprender a cumplir las que tenemos. Se requiere un gran pacto para el cumplimiento de la ley. La esencia es: cumplir las que tenemos, y si no sirven, mejorarlas, pero comenzando por cumplir. Esto viene primero que la cuestión ideológica, control del mercado o mercado libre, por ejemplo, pues ninguna opción puede funcionar sin el compromiso previo a cumplir la ley.

El irrespeto a la ley es responsable de los accidentes de tránsito, de la corrupción administrativa, de la inseguridad ciudadana, de la impunidad, y hasta de la contaminación del desayuno escolar o las epidemias. Para la Oficina de Naciones Unidas para Crimen y Droga (UNODC) la falta del imperio de la ley es la principal causa de la violencia en el mundo. Según Samuel Huntington (politólogo) “violencia” y “corrupción” “ambas son sintomáticas de la debilidad de las instituciones políticas”. Para Tom Vanderbilt (psicólogo social) “corrupción” y “accidentes viales” se relacionan con el hábito de violar la ley. Dani Rodrick (economista) coloca “institucionalidad” como un factor más importante para el desarrollo que “comercio internacional” y “riquezas naturales”. Douglas North (economista) atribuye a la falta de “instituciones” el retraso de las colonias españolas respecto de las británicas.

Todo lo que hagamos sin tocar este punto es “tapar el sol con un dedo”, “poner remiendo nuevo en paño viejo”, o aplicar paños tibios a una apendicitis aguda. Necesitamos una clase gobernante que se declare súbdita de la ley, que donde diga 4% o 10%, lo cumpla de manera irrestricta, enviando de esa manera un mensaje a los mandos medios y bajos con la consigna de cumplir la ley.

Eso es “lo que nunca se ha hecho” y está pendiente por hacerse, no se trata de un dictador, sino dictadura de la ley, tanto para el grande como para el chiquito.

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