Por el cuidado del bien público

Por el cuidado del bien público

El bien público ha sido en este país una pieza codiciada de la piñata política. Generalmente, con el bien público  pagan los favores los partidos que conquistan cuotas de poder gracias a grupos que le ponen precio a su adhesión. Empleos, bienes muebles e inmuebles, sueldos y pensiones injustificables forman parte de la moneda de pago para saldar compromisos por los que jamás pagan los partidos gananciosos. Aquí es fácil que un área verde aparezca como propiedad de alguien, que desde el mismo Gobierno se repartan terrenos sin el menor pudor. El bien público es la moneda predilecta.

No ha habido manera de lograr que el patrimonio público esté debidamente resguardado y que tenga como único propósito servir al bien común. Y no la habrá mientras se persista en la práctica del clientelismo con cargo a las cuentas públicas y  la enemistad con los principios éticos forme parte del estatuto. Sería difícil cuantificar cuánta propiedad pública,  en términos de dinero y de bienes, ha caído  indebidamente en manos privadas sin que nadie, jamás, haya hecho lo necesario para recuperar aunque sea una parte. Es difícil, por no decir imposible, que alguno de los partidos que han ascendido al poder en este país haya sido excepción en la práctica que estamos criticando. En estos tiempos de reforma constitucional es propicio que nos ocupemos de estas cosas.

 

Crisis financiera y optimismo

La magnitud de la crisis financiera de Estados Unidos es suficiente para salpicar al mundo entero. Es difícil escapar a cualquiera de sus consecuencias. Ser pesimistas no ayudaría a hacerle frente a las secuelas, pero cualquier dosis de optimismo debe estar basada en capacidades reales de soportar el embate o recuperarse en tiempo prudente de los posibles efectos.

 Una economía sólida como la de los Estados Unidos podrá salir airosa de esta crisis financiera, pero costará sacrificios que se proyectarán hacia otras economías. Así, si los remedios sacrifican el empleo, sufriríamos por vía de las remesas; si contraen las importaciones, lo sufriríamos en virtud de que le vendemos a esa economía un 86% de lo que producimos. Para poder ser optimistas, debemos tener medios para capear tempestades como baja en las remesas y en los ingresos por concepto de exportaciones. De otro modo, el optimismo es una ilusión meramente política.

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