Por esas mañanas

Por esas mañanas

Él describió el milagro. Imposible emular su cartografía de ternuras y arrullos. El asombro de verde y plata, el rumor de azul cuando es marea. Ese secuestro de belleza que aprisiona la memoria de cualquiera que, por azar o decisión, se acerque a la magia de montaña y agua. No hay salida, la condena es irrevocable, acosa.

El encanto del paraje, ese que dibuja Juan Lockward, como ninguno, es una atarraya que captura y no suelta. Expone a la sentencia de la nostalgia y del culto, a imaginar espacios que ya no están, personajes que no existen, esquinas desaparecidas, campanas que ya no tañen, sirenas que ya no ululan. Es el sabor a gofio y a melcocha, al pan de madrugada y a catibia. Son las magnolias y los cajuilitos, los yumyum de Fella y los chicharrones de Totoño. Aquellos médicos sin parangón, desde el doctor Vásquez hasta Panchito. Alfonso Rodríguez Demorizzi, Grisco Grisolía y Ney Finke, José Augusto Puig y Doña Gloria Marión.

El encuentro con Rogelio Heureaux y los Leroux, con Andrés Brugal y Llibre, las mecedoras del Club de Comercio y La Fe, el Club Unión y La Gallera. Las orquídeas de Don Lulú, “Los Castillitos”, La Botica. Las algas que ocupan la playa y dejan los botes sin soporte y a los peces saltando al lado de la roca. Es la vellonera del Hotel Castilla, el afán de Pedro Nardi y Lucía, de Capobianco, don Blas y don Carlitos. Tanto emigrante con el compromiso de realizar el sueño. La retreta del Parque, el balcón del Bambú, el Rex y el Roma. Es la 30 de marzo y sus pecados, las cuestas y los callejones, los atajos y el eco.

El Guayubín y el Violón, el Puente de la Guinea. Como si todavía Nano exhibiera su desvarío en el frontis de la Logia y Documento “Rey del Mundo” y Minengo, desafiaran a todos con su locura de alcohol. Como si los “guira y balsié” entonaran “good morning”, como si el reloj de la parroquia existiera y marcara las horas felices de la infancia, los cocheros buscaran a las comadronas para la urgencia del parto, o los cánticos de los episcopales despertaran el domingo. Es el trajinar de la exquisitez cocola, con sus biblias y secretos, su gastronomía y erudición. También la arbitrariedad del calié, el pariente delator, el ruido del “cepillo”, la hora de la traición y solidaridad. Es café, ron, ámbar. Nadie escapa de Puerto Plata, la evocación es permanente, la lejanía es ficción. Hay un olor que ata, una bruma que aprisiona, un susurro de olas en la sangre que no se calla. Nadie escapa del momento de esplendor, después que el muelle fue anfitrión de El Boheme y comenzó la transformación de la aldea.

El barco marcó un hito, comenzó la fantasía, el derroche. Apogeo, desenfreno y descalabro. Entonces Juan cantó a las “galas del progreso” pero aferrado al paisaje esencial que viera su infancia feliz y descalza, vagar y vagar. Puerto Plata es el lugar del regreso y el cariño. El de la permanencia. Es la calle, el río, la vecina, la sombra. El rincón de la lágrima y la sonrisa. Es la felicidad enredada en la espuma, el momento que no rompe el arrecife. Se registra en el recuerdo y siempre aparece.

El grupo CCN dedica su saga “Orgullo de mi País” a ese pueblo marinero que tantos viajeros ha visto llegar. Es el intento y el compromiso para el rescate, la exhibición de lo mejor. Delicada exhortación para proteger el regalo de la naturaleza y el esfuerzo de hombres y mujeres, que trabajan de sol a sol, sin más recompensa que el orgullo. En las imágenes está el Puerto Plata magnificente, ese que se ama y necesita cuido. Ese que tiene que preservarse. El de las alegres mañanas de sal y de sol, escondidas quizás, en cualquier caracol.

 

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