Por fin, vi el Guernica de Pablo Picasso

Por fin, vi el Guernica de Pablo Picasso

Antes de enfrentarme de nuevo a la dura realidad que me rodea, es bueno compartir la inmensa emoción que sentí, frente a una de las obras de arte más comentada, más controversial, más simbólica y más importante del siglo XX, que no solo los republicanos españoles admiran y revindican; el mundo entero, artístico y no,  valora esa obra de Pablo Picasso, como testimonio,  porque inmortalizó un crimen contra la Humanidad en esos años, donde firmado el pacto de “non intervención” entre Francia e Inglaterra, ese mundo miraba un soldadito gallego alzado y apoyado por Hitler y Mussolini,  pisotear la República Española y la joven democracia.

En esos años, 1937, no se conocía el concepto de “crimen contra la Humanidad” y Guernica podría bien ser el primer acto de esa categoría, parecido a los bombardeos de Haiphong,  en Vietnam.

No siempre es posible realizar sus deseos, la vida es corta y la cotidianidad nos arropa pero suspirar frente a la Torre Eiffel, pasear en la Plaza Roja de Moscú, en la ciudad prohibida de Pekín, reflexionar frente a la Estatua de la Libertad, recogerse en la tumba de Edith Piaf, de Carlos Gardel, de Jim Morrison, y sobre todo tener la Gioconda de frente o la Victoria de Samotracio o  la Marilyn de Andy Warhol son de esos lujos que bien se asemejan al decir sobre Venecia: “ ver Venecia y morir”.

Pues ya realicé mí más anhelado deseo: encontrarme frente al Guernica de Picasso. Por fin, lo vi y como muchos, me emocioné, se aguaron los ojos, se me erizó la piel, me senté y me puse a pensar cómo Picasso, sin vivirlo, había retratado el dolor, el crimen, la muerte  en una obra de arte-monumento-testimonio- internalizada en todos los hogares de refugiados republicanos del mundo como “suya”. Muchos saben que el 26 de abril de 1937, durante la Guerra Civil Española, la aviación alemana, por orden de Franco, bombardeó el pueblo vasco de Guernica. Pocas semanas después Picasso comenzó a pintar el enorme mural: el Guernica. En menos de dos meses terminó la obra, exhibiéndola en el Pabellón Español Republicano de la Exposición Internacional de París de 1937.

El cuadro permaneció en Nueva York hasta 1981, cuando por fin España lo recuperó. Esta allá en Madrid, una  ciudad donde se respira la cultura.

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