Por firmeza y mantenimiento

Por firmeza y mantenimiento

Ojalá no fuese así, pero lo cierto es que vivimos aquí una situación volandera, aleatoria, fortuita, esporádica e inconsecuente. Cuando se ponen en marcha disposiciones correctivas –detesto y aborrezco eso de “tomar medidas”, que me luce cosa de sastrería- cuando se adoptan disposiciones correctivas –repito- son regularmente transitorias,  blandas y descuidadas. Si la prensa muestra en gran despliegue el abandono apático que sufre, por ejemplo, la Plaza de la Bandera, con una insignia nacional deflecada y desteñida, o la arrabalización del entorno al Altar de la Patria, despojado de aquel respeto que una vez tuvo durante la dictadura de El Jefe,  de quien se ha copiado bastante de lo malo y poco de lo bueno -y yo recuerdo, de niño, haber presenciado, durante la Era,  personas persignarse al cruzar frente a la tumba de los fundadores de la República, entonces cubierta por la Puerta del Conde- si la prensa hace la denuncia, se realizan correcciones momentáneas.  Se “toman medidas” que son efectivas con tal precariedad que recuerdan aquello  de “el tiempo que dura una cucaracha en un gallinero”. Es que le dan a uno por la cabeza. Ninguna reglamentación perdura lo suficiente para surtir buen efecto. Todo es ocasional y, por tanto, ineficaz. La Autoridad Metropolitana de Transporte AMET, con Hamlet Herman a la cabeza me creó una gran ilusión porque funcionaba. Funcionaba correctamente. Y siempre he creído en la interacción de la disciplina o la indisciplina. Son en extremo contagiosas. Y frágiles. Si no se mantiene fuerte y viva la disciplina en la conducta pública, se amelcocha, se ablanda, se lenifica, se laxa y desaparece.

Querría yo hacer comprender a las autoridades de tránsito vehicular la importancia enorme que tiene para la conducta general de la población, el hecho de que un agente director de tráfico ordene cruzar la luz roja del semáforo y detenerse en la verde, mantenerse indiferente si el conductor habla por el teléfono celular o si no utiliza el  cinturón de seguridad o transita a contravía o  imprudentemente. Y no se trata de “macuteo” sino de apatía. Del imperio del desorden.

No  es el mal de un hecho aislado. Se trata de las actitudes que promueve. Las desobediencias que suscita.

Igual sucede con todo lo demás. Es, como dice la canción aquella: “A veces sí, a veces no”.

Y así no podemos avanzar.

Necesitamos solideces. Reglas claras y de obediencia obligada. Y no sale uno de las sorpresas desagradables y deprimentes. Cuando se creía que la zona colonial de Santo Domingo estaba siendo cuidadosamente atendida y protegida, se entera de que el templo de Las Mercedes –de la Patrona de la República- está peligrosamente descuidada y en peligro, como –increíblemente- la Primera Catedral del Nuevo Mundo, la nuestra, con riesgo e inminencia de derrumbes por falta de mantenimiento.

¿Es que sin denuncias periodísticas no se procede? 

Necesitamos firmeza y mantenimiento sólido de la disciplina cívica.

Empezando desde arriba.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas