Por Haití

Por Haití

Jean Bertrand Aristide, un presidente constitucional por origen y que fue ilegimitimándose por tozudo, huyó del poder y de su país. No resistió las presiones internas y mucho menos las virulentas externas encabezadas por tres grandes potencias como son Estados Unidos, Canadá y Francia.

Haití es una nación pobre que vive de crisis en crisis. Es una nación que padece males sociales de todas clases. Francia depredó su territorio hasta mas no poder y hoy se culpa a los haitianos por ese mal. Estados Unidos, en una prolongada intervención militar, se apoderó de sus tierras feraces en una proporción mucho mayor que cuanto hizo aquí de a 1916 a 1924.

Haití ha sufrido crueles dictaduras y gobiernos de facto que solo se han ocupado de enriquecer a sus miembros y a los miembros de una tradicional clase explotadora.

Los dominicanos, en una época, no fuimos ajenos a los excesos contra los haitianos que entraban ilegalmente al país. Con muy poca visión los explotábamos como fuerza de trabajo, en detrimento de la nuestra, una labor combinada de gobiernos y empresarios miopes y abusadores. No hay que decir cuanto ha pasado en este campo. Eso está a la vista de todos.

Hoy los problemas haitianos, para muchos, lucen insolubles. Y se considera que solo un verdadero fideicomiso puede enfrentar la situación.

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Los dominicanos sentiremos, como ya hemos sentido, la crisis haitiana. No podemos dejarnos guiar, sin embargo, por el histerismo rampante, por las ideas extremistas, fundamentalistas, de quienes creen que solo «el exterminio total» soluciona el problema.

Haití no es dificultad militar para los dominicanos. Tampoco lo será en el futuro. Por tanto, descartemos, de golpe y porrazo, que el aparataje castrense es la solución a cualquier diferendo. Las Fuerzas Armadas tienen su misión fijada en esta situación y, por encima de todas las cosas, recuérdese que no son deliberantes.

Es el poder civil el llamado a trazar los planes de contingencia y como nación soberana, a fijar la política migratoria, política que no tiene que ser consultada con los haitianos ni con nadie en particular, llámese Estados Unidos, Francia, Canadá o quien sea.

Bajar la guardia en esta materia, es traicionar el sueño de los forjadores de la nacionalidad.

Se puede dar por un hecho la intervención militar extranjera en Haití. Ojalá nuestros soldados estén fuera de esa intervención. Recordemos cuanto se nos hizo en 1965, cuando botas extranjeras dejaron sus huelgas en nuestro territorio.

Dios permita que, en esta ocasión, la sensatez se imponga. Y la ocupación de Haití no sea una cuestión unilateral. Ojalá que sean los organismos internacionales -Naciones Unidas OEA, Unión Europea –, los que decidan acudir en auxilio de Haití en estos momentos decisivos.

No es Estados Unidos el país con mas fuerza moral para decir a los haitianos cómo deben enrumbarse. Esta superpotencia es responsable, en gran medida, de cuanto pasa en el vecino país. Y sus errores pudieron muy bien afectarnos de muy mala manera. Recuérdese lo de los «campamentos» que deseaban que se instalaran aquí.

¿Cuándo pidieron los haitianos esos campamentos para refugidados? ¡Nunca!

La ayuda internacional, para Haití tiene que ser en firme, si es que se quiere construir verdaderamente, una nación. Haití necesita crear sus instituciones. Erradicar males que vienen desde años. Eso pueden hacerlo los haitianos con la ayuda masiva de la comunidad internacional como reclama el Gobierno Dominicano desde hace tiempo.

Eso sí, que la comunidad internacional sepa, de una vez y para siempre, que debe ayudar en todos los órdenes, pero ayudar a que los haitianos se labren su propio destino, el destino de una nación libre y soberana. La democracia tienen que buscarla los propios haitianos. De fuera jamás se la impondrán, pues ese estilo de gobierno no se logra como si se tratara de una simple transfusión de sangre.

Vamos todos en ayuda de Haití, en ayuda de los haitianos. Pero dejemos que los haitianos se gobiernen ellos mismos, aun cuando la presencia internacional garantice, temporalmente, que el orden público será mantenido.

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