Por la clase media

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Su Santidad Juan Pablo II recibió las cartas de estilo del nuevo embajador dominicano ante la Santa Sede. Carlos e Isabel deben haberse sentido más que satisfechos al conversar con este vicario del Señor. Católicos practicantes, Carlos Marion Landais e Isabel Mesa, su esposa, conocían al Papa. Los saludos que se comparten en alborotados instantes son diferentes a éstos, en los que se tienen breves pero más íntimos minutos de intercambio de ideas.[tend]

Por ello, tal vez, Su Santidad aprovechó para exponer su inquietud sobre el deterioro de la calidad de vida en nuestro país.

La República Dominicana vive una época de depauperización. Increíble pero cierto. Tuvimos ocasión de lograr que un sostenido crecimiento se tornase desarrollo. En éste, pudimos tener ocasión de impulsar hacia estadios más altos de su nivel de vida, a miles de familias. Pero el desorden del cual habló Roger Noriega, impidió que una masiva promoción económica y social se diese entre nosotros. Su Santidad tiene información de esta calamitosa vivencia, y aprovechó un acto protocolar para exponer su inquietud.

Por suerte el Presidente de la República, Hipólito Mejía, está de acuerdo con el Papa. ¡Ay de éste si el actual mandatario dominicano hubiere presentido que debía discrepar de él! Pero, por suerte, comparte con el guía espiritual de millones de seres humanos, este punto de vista sobre cuanto acontece en nuestro país. Gracias a ello, al tiempo que se publican aspectos del pronunciamiento de Juan Pablo II también se anuncia que el Gobierno Dominicano recibirá un préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Como se ve, el Presidente Mejía no sólo comparte con el Papa la percepción de que tenemos problemas. También busca los modos de atacar esos problemas en el mismo centro de su existencia. Los recursos, dice el periódico HOY, servirán para mitigar la dolorosa decadencia de miles y miles de dominicanos, mediante programas de asistencia social. ¡Bien!

Pero fíjense que digo bien y no ¡perfecto! Porque el ideal se encierra en una política de gasto público que establezca regulaciones y controles inviolables y que permitan que se comparta el sostenimiento de la estructura de administración, la inversión que impulse el desarrollo y el gasto social que mitigue la virulencia de la pobreza. Debido sin embargo a la politiquería, no siempre pueden los gobernantes aferrarse a este modo de administración.

Estoy seguro que el Presidente Mejía comparte este punto de vista. Varias veces conversamos de ello ante amigos comunes y tengo absoluta seguridad de que habría preferido que los ingresos sirvieran a una manera tal de administrar el Estado. De hecho, en más de una ocasión nos aseguró que no se dejaría arropar por el populismo, al cual rechazaba de pleno. «A mí, nos dijo un día, no me ocurrirá como a otros mandatarios», y mencionó uno en particular, afiliado al partido en el cual milita.

Por eso comparte con Su Santidad el planteamiento que hace éste sobre el deterioro de la calidad de vida de los dominicanos en las actuales circunstancias. ¡Gracias a Dios! La diferencia entre este momento y otro de crecimiento con desarrollo tiene siempre que buscarse en la calidad del gasto público. Un enfoque adecuado del presupuesto y la observación de los objetivos del plan que entraña una política de gasto, hacen la diferencia con cuanto vivimos.

Sin decirlo, porque él no está en el Vaticano para inmiscuirse en ello, Su Santidad apunta hacia este elemento. Lo que conoce sobre nuestra situación lo sabe por los informes que llegan a su mesa de trabajo. A esa misma mesa llegan decenas de informes parecidos todos los días. Y junto a los demás asuntos espirituales y materiales de la Iglesia y de los pueblos a quienes sirve como pastor, conoce, con calma y sin prisas, los detalles de lo que ocurre en la República Dominicana.

Es la ventaja de la ponderación. Por eso, cuando recibe a Carlos Marion Landais como nuevo embajador dominicano ante la Santa Sede, Su Santidad se permite exponerle su punto de vista sobre la vida en nuestro país. Porque el dolor de miles y miles de dominicanos que se empobrecen cada día es también causa de dolor en los pastores espirituales que los conducen al redil del Señor.

Quizá, sin que nos demos cuenta, esté hablándonos de que aún quedan caminos por explorar, a través de los que la rispidez de la miseria no siga lacerándonos.

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