Por la mayor transparencia

Por la mayor transparencia

Con más complicaciones que avenencias, los tres principales partidos del espectro criollo han ido marchando por los procesos de convenciones que deberían permitirles renovarse y consolidarse en este tiempo posterior a las elecciones del 2004.

Y como el rol que ellos juegan es básico, aun cuando a veces no llenen las expectativas de la sociedad, lo que más conviene a la democracia es que salgan airosos de la coyuntura.

Se trata de organizaciones que vienen saliendo todavía de las fuertes gravitaciones que sobre ellas ejercían líderes máximos hasta el final de sus respectivas vidas. Les está tocando caminar sin sus figuras superiores y han tendido a hacerlo mal, si a ver vamos los desempeños en elecciones recientes, en unos casos, y la pérdida creciente de cohesión interna, en otro.

Cada partido vive ahora un drama institucional con sus particularidades, pero con un preocupante elemento en común: desconfianza y confusión respecto del padrón que a cada uno corresponde.

Y no solo porque al rivalizarse, los grupos que componen estos partidos recelan e impugnan, sino también porque los que desde fuera escuchan sus alegatos y versiones también tienen motivos para dudar sobre matrículas y totales que se exponen en un país de clientelismos y exclusiones y con cultura de cuidar los empleos, o garantizar sus obtenciones, con solo llenar el «requisito» de inscribirse en la parcela de los gobernantes de turno sin borrarse de otros registros.

El hallazgo recién informado de que un alto número de militantes de un partido aparece a su vez como inscritos en otras dos organizaciones con experiencia en el ejercicio del poder y vocación para volver a él, es, como muestra, mucho más que un botón.

Cabe reconocer, no obstante, que los grandes partidos nacionales incluyen importantes figuras interesadas en la limpieza de los procesos que están viviendo.

Comprenden que la hora es para permitir que sus seguidores asuman posiciones libremente. En algunos casos, las llamadas bases han tenido muchos años anuladas o utilizadas. Las circunstancias obligan a proceder democráticamente. No con el mero ropaje de una grandeza que debería demostrarse con regularidad y con el que suelen aparecer liderazgos que alegan contar con extraordinaria adhesión.

En el pasado reciente llegó incluso a darse el caso de que unas elecciones primarias se desarrollaron con un único aspirante montado sobre el desenfreno de ambiciones reeleccionistas claramente vaticinadas como condenadas al fracaso.

-II-

Pasados ya esos malos capítulos de la historia política dominicana, que ha incluido penosas rebatiñas y escasa capacidad para aceptar resultados desfavorables en consultas populares, a lo que más obligadas están las hegemonías de las organizaciones que encabezaron los resultados de las elecciones del 2004 es a transparentar al máximo sus protagonismos.

Cada cúpula parece entusiasmada en tales convenciones que discurren entre luces y sombras. Pero sus ejercicios no son, en modo alguno, ajenos a la atención y preocupación de los muchos dominicanos que no tienen velas en esos entierros.

El mayor reto que tienen que aceptar los dirigentes es permitir la directa observación, por parte de sectores independientes y de mucho crédito público, sobre las votaciones que habrían de ocurrir. ¡Que sean limpias!

Que se vea con exactitud cuántos fueron a votar y no por que los organizadores hablaran previamente y con orgullo, de millones; sino porque la sociedad en general compruebe con lupa lo que finalmente ocurrió y lo avale.

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