BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
¿Cuántas veces hemos peleado los dominicanos? ¿Conviene la guerra? ¿Conviene la confrontación permanente? ¿A quién beneficia la división?
¿Quiénes quieren que se mantenga el enfrentamiento, ahondan las diferencias, susurran, indisponen, ven donde no hay y escuchan donde no se dijo?
¿Quieren los mediocres que haya entendimiento, paz, avenencia, buena disposición para enfrentar los problemas?
¿Quieren los profetas del desastre que el país camine hacia la paz o les conviene achuchar la guerra, aunque a la hora de la verdad dejen la raya, como huella de su cobardía?
Ojo con esos bravucones de salones, estaciones de televisión y de radio, ensucia cuartillas llenas de odio y de señalamientos las más de las veces sin pruebas.
Mucho cuidado con quienes han hecho una profesión del odio, pero intentan disimularlo, generalmente muy mal, rasgándose las vestiduras aparentando bondad, donde hay maldad, sanidad de juicio, donde hay desequilibrio.
Ojo con esa gente que necesita darse golpes en el pecho para pedir perdón a un Dios al cual no respetan en sus esencias fundamentales, que son el ejercicio sano de la moral, consignadas en el ejemplo de vida de Jesús y en las tablas de la ley.
Bien lo dijo Jesús, en su respuesta al fariseo: dos mandamientos.
«Amar a Dios sobre todas las cosas» (eso nadie lo discute, dijo yo, bgp).
«Ama a tu prójimo como a ti» (eso pocos lo practican, digo yo, bgp).
En mi infancia, algunos niños colocaban una paja encima del hombro de otros para hacerlos pelear porque supuestamente esas pajitas representaban la madre de quien la tenía.
Nadie nunca me hizo pelear por ese disparate: mi madre siempre fue una mujer seria, trabajadora, hacendosa, buena amiga, buena hija, buena esposa, buena madre. No tenía que dejarme llevar de esos carajetes que entendían que el valor consiste en liarse a los puños o a los tiros por cualquier tontería.
La mayoría de esos niños de entonces, ya hombres, no acudió cuando las tropas norteamericanas hollaron el suelo nacional en 1965: entonces sí cumplí con sacudirme el abuso del hombro, como debe hacerlo todo hijo a quien le irrespetan la madre Patria.
Los dominicanos hemos sabido pelear a lo largo de la historia. No se trata de la lucha por sobrevivir, enfrentar la naturaleza hostil, vencer las dificultades, que siempre las habrá. Hemos peleado porque sí, en ocasiones por quitarnos la paja del hombro como si eso fuera importante.
Lo que no hemos emprendido con la misma alegría y fuerza es la lucha por la paz. No hemos sabido poner a producir toda la tierra nacional en aquello para lo cual es apta. Tampoco hemos logrado vencer el analfabetismo, la mortalidad infantil y enfermedades controlables. Eso no. Pero bravuconear y alardear, engañar y achuchar a los demás, en eso hemos sido buenos.
Si se revisan los diarios de esta semana: escritos, radiales, televisados y se ven las opiniones vertidas en torno a la reunión entre los presidentes Leonel Fernández e Hipólito Mejía, veremos retratados a los cimarrones, ensoberbecidos por la baba que no les permite hablar con serenidad para que de sus labios salgan palabra de avenencia, de concordia.
Esa reunión fue importante, fue oportuna, quitó presión a la caldera nacional.
Ahora falta un plan nacional de desarrollo que permita trabajar en el presente en la construcción de una sociedad más justa donde sea viable obtener la felicidad nacional.