He leído con estupor, horror y espanto el episodio que recrea BertZeruvabel, un “nostálgico judío auténtico” quien con visión profética confía en que “la necesaria y anhelada paz entre árabes y judíos” habrá de llegar, (pág. 4 de Areito, periódico Hoy, sábado 6 de enero, día de los Santos Reyes) calzada por el amigo Miguel Guerrero, laureado periodista, escritor, miembro de la Academia Dominicana de la Historia, plenamente identificado con su anfitrión y guía emocional paseando las calles de Tel Aviv, cuando aquel narra con orgullo “el épico final del antiguo heroísmo judío”, el acto más cruel e inhumano capaz de concebir mente humana 73 años después de la venida de Cristo,
“…Entonces eligieron a diez hombres de entre ellos a la suerte con el fin de que matasen al resto. Cada uno de los restantes se tendió en el suelo junto con su mujer e hijos y abrazados ofrecieron sus cuellos al golpe de quienes por azar deberían ejecutar tan trágico oficio; y cuando los diez, sin titubeos, habían matado a todos, sortearon la suerte entre ellos: al que primero le correspondiese aquella, debería matar los otros nueve y por ultimo suicidarse”. Y concluye: “Así esta gente murió con la intención de que no quedara entre ellos una sola alma viva que fuese súbdito de los romanos”. 960 seres humanos, de su misma raza, fueron aniquilados “sin titubeos” degollados por ellos mismos para “demostrar su coraje y el desdén por la muerte”.
Esa trágica y aberrante obsesión de muerte y exterminio solo comparable con el holocausto de Hitler contra esa raza de noble estirpe aguardaba para repetirse con igual saña no contra sus enemigos sino contra los árabes palestinos que por siglos habían ocupado y compartido su tierra y sus teneres y vivido en paz con sus buenos vecinos, los judíos.
La Resolución No.181 de la ONU, 1948, que deja establecido el Estado de Israel y su asentamiento con la partición de Palestina poblada entonces por 1.2 millones de árabes y 650 judíos, otorga a estos 55% de su territorio, para que un año después los despojara del 78% reduciendo apenas a un 22 por ciento a los árabes palestinos que desde entonces perseguidos huyen del terror despavoridos, obligados a salir, abandonar sus bienes o refugiarse en miserables “gethos”.
El sueño sionista expansionista, herencia maldita seguido por sus líderes y seguidores queda patentizado en el diario del primer mandatario, David Ben Gurión, como epitafio: “Los pueblos árabes abandonados tienen que desaparecer”.
La limpieza étnica del Estado de Israel, amante de la paz, la democracia y la justicia, cínicamente queda demostrada.