Por la paz universal

Por la paz universal

Sergio Sarita Valdez

Convivimos en un extensa y compleja integración social que no pocos salimos del asombro al constatar que, a pesar de las barreras impuestas por la cantidad de idiomas y culturas, conseguimos relacionarnos e intercambiar bienes y servicios entre diferentes comunidades, naciones y continentes. Los viajes aéreos, marítimos y terrestres, así como las modernas formas de comunicaciones electrónicas han cambiado el concepto de distancia. Cada vez estamos más cerca unos de otros a pesar de las distancias. Lo cotidiano y personal se transforma en producto que se comparte con los demás. Las distintas profesiones y oficios se entrelazan de tal modo que sus ejecutores generan una interdependencia haciendo que cobre más vigencia aquella famosa expresión atribuida a Terencio de que “Nada humano me es ajeno”.

La grandeza humana con relación a otras especies estriba en gran parte en la capacidad de almacenar y transmitir a las generaciones futuras los conocimientos, inventos y descubrimientos realizados de modo personal y colectivo. La historia nos enseña lo bueno y lo malo de lo que hemos sido testigos o actores; a través de ella evitamos repetir los errores del pasado y promover los aciertos.

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Dependiendo del lugar y el tipo de labor que nos toca realizar nos convertimos en agentes de cambio cuyo producto incide de manera positiva o negativa en el desarrollo personal, familiar o comunitario. Atendiendo a la manera como esté organizada una determinada nación, así como de su nivel de riqueza y poderío militar, de igual forma lo refleja o modo de dominio sobre aquellas en las que ejerce su influencia.

Los países tienden a integrarse en bloques comerciales, financieros, políticos y militares. El aislamiento colectivo impuesto, o voluntario constituye hoy por hoy un genocidio. La propia existencia humana y futuro de la misma dependen de la capacidad de desarrollo en conjunto.

Todo lo que nos separe o distancie estará contribuyendo directamente a debilitarnos; en la unión está la fuerza reza un dicho popular, la cooperación entre los pueblos debe ser una meta a cumplir por todos los líderes mundiales.

Mueve a honda preocupación el lamentable hecho de que tanto en el continente europeo como en el África y el Medio Oriente se vive un clima de guerra. Tal parece que la memoria histórica de dos sangrientas hecatombes mundiales borró lo suficiente para tornarnos irreflexivos acerca de lo dañino que resulta la violencia como vía de solución de los conflictos mundiales. Los millones de desplazados y de refugiados que huyen desesperados de las zonas en donde se escenifican los combates es un cuadro que lacera la conciencia universal. Debemos conocer las condiciones sanitarias, emocionales y de hacinamiento colectivo causados por los indiscriminados bombardeos y de la metralla llevados a cabo por las partes en conflicto.

Quien se precie de ser un ente humano no puede ignorar las muertes de ancianos, mujeres y niños víctimas de la violencia fratricida. Es nuestro deber ético y moral elevar la voz del desacuerdo con la pretendida solución armada a las contradicciones entre Gobiernos cuya responsabilidad sublime es la de promover un mundo de paz y convivencia entre todos los grupos que pueblan el planeta. En los mandamientos contenidos en las tablas entregadas a Moisés hay uno que ordena: ¡¡NO MATARÁS!! En el Nuevo Testamento escrito por Juan, capítulos 34-35 se lee: “Os doy un mandamiento nuevo: Amaos unos a otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros”.