Por la razón y por la fuerza

Por la razón y por la fuerza

Si no hay sanción, hay corrupción. Si no hay sanción, la comisión de delitos de toda índole se multiplica, se centuplica. Además de regular las relaciones entre el Estado y los gobernados, entre los gobernados y los gobernantes, hay que establecer sanciones que se apliquen, sin favor ni temor, sin injusticias ni privilegios. Ahí está el problema.
Lo más importante es que todos, absolutamente todos, tengamos conocimiento y ejerzamos nuestros derechos y que, indefectiblemente cumplamos con nuestros deberes.
Es cierto aquella frase de Abraham Lincoln: sólo tiene derecho a criticar, quien tiene corazón para ayudar.
Ayudamos cuando damos el ejemplo de que se puede ser cortés cuando se maneja un automóvil; que se puede ceder el paso a los peatones, quienes, al fin y al cabo, son los verdaderos dueños de todas las vías; que si cumplimos las leyes de tránsito ayudamos a los demás, puesto que no los ponemos en peligro con nuestros descuidos, con el engreimiento que proporciona sentirme un Supermán porque se posee un vehículo de lujo, de alta cilindrada.
Ayudamos. Ayudamos a la convivencia pacífica cuando actuamos con respeto a la ley, a la Constitución, a la moral y a las buenas costumbres, así seremos mejores ciudadanos y podemos convertirnos en personas que inspiren a que los demás nos admiren y nos sigan.
Además de las sanciones a cada violación a las reglas, a las leyes, está la importancia fundamental de la prevención. La prevención, en todos los campos, en todas las materias, tiene que ver con asuntos tan aparentemente elementales como la educación doméstica, el ejemplo, la vigilancia que trae parejo el cuidado porque se mantenga el respeto.
De nada vale hablar, decir, disponer, mandar, cuando el conductor de la familia, de la nación actúa de modo contrario a lo que predica.
Es la autoridad la que debe avizorar, ver más allá de donde dobla la curva en una vía que tiene una bajada violenta, puesto que nunca se sabe cómo actuará un ser humano ante cualquier advertencia si sabe que su conducta no será analizada, revisada y castigada, si comete cualquier tipo de falta.
Por el frente de mi casa cruzan, todos los días, ambulancias cuyas sirenas parecen ser operadas de manera estacionaria y, se puede decir sin exageración, uno de cada cien automovilistas fuerza para permitir el paso del vehículo que tiene urgencia en llegar a un punto donde será atendida una o varias personas cuyo estado de salud requiera atención inmediata.
La fiebre no está en la sábana. La fiebre está en nuestras inconductas y permisividades.

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