Por la senda de Manolo Tavárez

Por la senda de Manolo Tavárez

Han transcurrido cuarenta años y el camino es aun difícil de recorrer. La senda que conduce al empinado lugar donde fue abatido Manuel Aurelio Tavárez Justo, el héroe de la guerrilla de 1963, es apenas un trillo pedregoso, bordeado de malezas, de barro puro recién mojado por las lluvias o el rocío, resbaladizo como el jabón. Son estacas y troncos que cedieron para dar paso al estrecho sendero, tortuoso, a veces tan angosto que puede quedar aprisionada la bota más pequeña.

Esa ruta descomunalmente elevada, laberíntica, sinuosa, tan encumbrada que a veces se antoja inalcanzable, fue escalada de nuevo, sin embargo, por los sobrevivientes de Manaclas, hoy con más edad que entonces, pero invadidos por la misma firmeza, el espíritu indoblegable, los principios estables y una entereza física admirable. No subieron solos ni encubiertos porque hasta la guardia, que entonces los persiguió y aniquiló a casi todos sus valientes compañeros, les allanó la vía y los acompañó militante en esta conmemoración que fue canto, exaltación, testimonios, recordación, encuentros solidarios con soldados combatientes de otros frentes, con los hijos, nietos, hermanos y viudas de los rebeldes alzados en lucha por el respeto a la constitucionalidad, por el imperio de la justicia, por la igualdad social.

Fidelio Despradel, Marcelo Bermúdez y Rafael Reyes Gómez eran los presentes salvados de la muerte en el Frente Juan de Dios Ventura Simó que comandó Manolo en esa Manaclas lejana y boscosa. Pero allí se les unieron, solidarios, Anastasio Jiménez (Tatán), locuaz, contundente, sensible, y Osiris Piña, ambos del Frente Gregorio Luperón, e Iván Rodríguez, espigado, vibrante en su discurso, de la vanguardia del Mauricio Báez, que se alzó por las lomas del Este.

La inmensa explanada de la vigilia, empero, la colmó un público numeroso de todas las edades, de barrios, ciudades y campos de la República que acudieron militantes a exaltar la memoria de los revolucionarios en la conmovedora noche del sábado. Los hijos y nietos de Manolo y Minerva, la hija de José Padua Falet (Josesito), los hijos y nietos de Juan Miguel Román, de Rubén Moreno Díaz, entre otros, y la descendencia de los supervivientes se reunió con más de mil personas que viajaron llevando en sus alforjas repelentes de mosquitos, frazadas, abrigos, colchones, casas de campaña, jengibre, alimentos enlatados y embotellados, los pies dispuestos para la marcha temprana a la tumba sencilla de El Guajiro y al prominente monumento de los abatidos junto a Tavárez Justo ese veintiuno de diciembre.

Las gargantas fueron prestas a recordar ¡Manolo vive! ¡Manolo, querido, el pueblo está contigo! ¡Se siente, se siente, Manolo está presente!

[b]LA SENDA[/b]

En la madrugada del domingo, los primeros en iniciar la partida fueron ellos, ayer muchachos llenos de ilusiones patrióticas, hoy pasados los sesenta, el cabello blanco, el paso tal vez más lento. Iban delante, señalando el camino, dando ejemplo, siempre subiendo, sin descansos ni desmayos, sin señales de agotamiento. Antes abrieron trillo con sus pisadas sólidas. Hoy no hay notables cambios en el estratégico terreno. Sólo piedras y una cuesta pedregosa conducen al reposo eterno de Domingo Sánchez Bisonó (El Guajiro).

Rafael Reyes recordó la valentía de ese compañero enterrado entre frondas, dormido con el acogedor rumor del caudaloso Ámina. Prácticamente se les cayó la moral, confesó, cuando recibieron la noticia de su asesinato cruel por el alcalde de la zona.

“¡Guajiro, combatiente, Guajiro está presente!”, interrumpía la multitud mientras Rafael Reyes (Pitifia) ponía una flor en la sepultura del soldado que en vida pidió el lecho rural para el descanso eterno. Los hijos de Reyes, Francisco y Denisse, le acompañaron en la sencilla ofrenda. José Danilo Santana, un campesino de San José de las Matas, le recitó un poema y Adolfo, dirigente del campo, contó de otros métodos de lucha con que siguen el digno ejemplo del soldado muerto, sepultado en Alto de la Diferencia.

Fidelio Despradel anunció que los compañeros de mejor disposición física irían delante y detrás, para que no se extraviaran los del centro y animar a los que pudieran desfallecer. Entre el equipo de primeros auxilios iba Edward Collado, del Falpo, que no sólo ofrecía ayuda física sino emocional alentando a los decaídos por la aparente interminable subida con el reanimante discurso de que era posible alcanzar la meta.

“Recio y Glorioso comandante”

Allá en lo alto, el monumento en homenaje al “recio y glorioso comandante de las palabras a los hechos” y a los que cayeron junto a él en ese y otros frentes, nunca había estado más concurrido. No había micrófono, pero se pudo escuchar la voz de Quisqueya Lora destacando que era tan notoria la presencia de la juventud en esos dos días que ganaron un espacio para hablar. “Somos una generación de la nostalgia. Vemos con admiración a los de esa etapa y admiramos a los que se han mantenido firmes en sus principios, más todavía, porque eso sí ha sido difícil”.

Habló también don Iván Rodríguez, con voz enérgica: “El 14 de junio de 1963, Manolo hizo una sentencia clara: que si cerraban los caminos de la lucha legal, el 1J4 sabía donde estaban las escarpadas montañas de Quisqueya y que allí iría y mantendrá viva la llama de la libertad”.

Este monumento, agregó, es el símbolo de la esperanza de los que todavía tienen fe en la Patria y vienen a recordar a ese gran líder que fue Manolo Tavárez Justo. Es una muestra del respeto que aún las nuevas generaciones sienten por Manolo, expresó. Para él, la lucha no ha concluido, pues los objetivos que dieron lugar a la guerrilla están vigentes. “Los que hemos sobrevivido y hemos querido que esa luz permanezca, estamos aquí, pero no para siempre. Hoy más que nunca es necesario levantar la bandera de Manolo”, reclamó.

El conductor del acto leyó la lista de los caídos en todos los frentes, recordados en el imponente monumento por una tarja de bronce, y en aquel lugar, ayer teñido con la sangre de los intrépidos revolucionarios, tras cada nombre mencionado, quedó grabada su memoria con el eco de los allí reunidos respondiendo al unísono: ¡Presente! ¡Presente!.

[b]ABRAZO FRATERNO ENTRE CIVILES Y MILITARES[/b]

La falda de la loma de Manaclas, donde en 1963 se alzaron veintinueve guerrilleros bajo el mando de Manuel Aurelio Tavárez Justo, fue escenario de un abrazo fraterno entre civiles y militares. Intelectuales, poetas, cantautores, dirigentes políticos, barriales, sindicales, funcionarios, comunicadores, ex secretarios de Estado, líderes de la izquierda, conservadores, demócratas y una inmensidad de padres y madres que con sus hijos acudieron en numerosas guaguas y vehículos privados a conmemorar el cuarenta aniversario de la heroica gesta.

Fidelio Despradel, sobreviviviente del hecho, dividía su imponente figura entre recibir al público, indicar espacios para levantar casas de campaña, señalar estacionamientos, presentar colaboradores, instruir equipos de disciplina, consultar al Ejército y complacer los reclamos de la prensa solicitando identificar sus viejos camaradas en la histórica jornada iniciada en noviembre de 1963.

El día avanzaba y el amplio escenario se colmaba. No era un pasadía familiar o social si no un encuentro con la historia salpicada de gloria, de heroísmo, aunque tantos fueron aniquilados en aquel lugar memorable. Por tanto estuvieron ausentes el consumo de alcohol, los radios portátiles, los desperdicios dispersos. Mientras algunos soldados del Ejército armaban sus camarotes, otros recorrían las improvisadas viviendas identificando a cada responsable de los fervorosos huéspedes.

“Ahora hay mosquitos pero a partir de las cinco se ocultan vencidos por frío”, consolaba Fidelio Despradel al tiempo que cortaba estacas, colocaba cercas. Presentes la Defensa Civil, las ambulancias. En lejanos extremos, habilitados retretes que fueron el único lugar bien iluminado cuando tocó la hora del descanso tras la medianoche.El río bordeaba el espacio y era tanto como paisaje y soñador remanso, inmensa ducha para los deseosos de espléndidos aseos pese al agua casi helada.

Integrantes del orden entregaban bolsas plásticas para la basura y, de vez en cuando, animados grupos se encendían echando vivas de recordación al héroe caído el veintiuno de diciembre de 1963. La enseña tricolor de la Patria ondeaba en lo alto y sobre la tarima que acogió el espectáculo, las banderas verde y negro del 14 de junio se movían mecidas por el viento frío.

[b]DE LA RAZA INMORTAL[/b]

El himno del 14 de Junio, que se repetía con la voz enardecida de los presentes, sirvió de fondo interminable al documental exhibido en pantalla gigante definiendo el significado de la revolución, mostrando a los expedicionarios de 1959, presentando a Manolo, Minerva, Juan Miguel Román, Aniana Vargas, Emma Tavárez, Piky Lora, los históricos discursos de Manolo con voz enronquecida, las entrevistas a los sobrevivientes de todos los frentes guerrilleros del carismático líder. Manuel Jiménez inició el recital: “No podemos salir a la alegría, si se olvida la ruta del pasado”, entonaba con su voz y su guitarra, recordando que De la raza inmortal, como palomas, nacieron nuevo sol y nuevas alas.

Fidelio Despradel, satisfecho por el respaldo a la convocatoria, comunicó: “Este ha sido un esfuerzo colectivo”. Dijo que no hubo comité organizador ni coordinadores. Reconoció el trabajo de las fundaciones, los sindicatos obreros y campesinos y celebró que el ochenta y cinco por ciento de los presentes eran jóvenes al igual que los guerrilleros que subieron a la loma cuarenta años atrás. Recordó palabras de la dirigente campesina Aniana Vargas: “el pueblo dominicano nunca ha dejado de luchar” y destacó que “el gran acierto político de la generación que encabezaba Manolo, y de Manolo, es que el 1J4 izó la bandera de la Liberación Nacional y asumió la Constitución de 1963”.

“Comandante, dime…”

Manuel Aurelio y Camila Tavárez Rodríguez, nietos de Manolo y de Minerva, hijos de Minú, recitaron un poema del inolvidable René del Risco, Palabras al oído. “Comandante, dime que todavía puedes escucharme… Tú, hecho para el dolor y el llanto de tu pueblo… Dime, Oh, recio y valeroso comandante… Hermano, amigo, perdido comandante, dime que todavía puedes escucharme, a pesar del silencio de las carabinas disparadas…”.

Fueron reconocidos el ingeniero Simón Tomás Fernández, presente esa noche en Manaclas, porque facilitó el traslado de los restos de Manolo, y el coronel Teófilo Ernesto Abreu Olivo, comandante del Ejército Nacional con asiento en San José de las Matas, decisivo en los trabajos especiales del área, así como el coronel Santos Guerrero y su tropa numerosa y dinámica.

El general Héctor Miguel Pérez Ureña, del Ejército, representó al Secretario de las Fuerzas Armadas.

En el acto fueron citados por sus nombres los demás guerrilleros caídos y Manuel Jiménez volvió a perfilar con su voz la aguerrida figura de Manolo. “Mi aliento va quemando las hojas y los lirios, pero va madurando las espigas del trigo, y en todos los hogares habrá pan bendecido”, cantó.

“Dicen que el héroe murió/ con su gente en la montaña/ no creas esa patraña/ que aquí sólo se sembró… / Manolo es una sonrisa/ una luz y una bandera/ Manolo es la primavera que anuncia la flor del día. / Es Manolo la osadía/ galopando en la pradera/ Manolo es una sonrisa, una luz, una bandera”, interpretó.

Marcelo Bermúdez, Rafael Reyes Gómez, Tatán Jiménez, contaron sus testimonios de guerrilleros, hablaron de Manolo, recordaron compañeros y después del canto animado de José Antonio Rodríguez, Luis Frías Sandoval, autor del himno del IJ4, entregó la partitura original del patriótico símbolo catorcista.

¡Viva el 14 de Junio! ¡Viva Manolo!, coreaban, y Roldán encendió más la noche y calentó los cuerpos con sus movidos ritmos, contagiantes. “Dicen que Manolo ha muerto/ Manolo no ha muerto na/ Manolo lo que le pasa/ es que no come pendejá”, cantó, y todos se unieron a su voz, él asegurando que Manolo no come, que Aniana no come, que el Catorce no come, que Manaclas no come y el público impetuoso completando: ¡Pendejá!.

A la medianoche se apagaron las luces, el silencio se impuso, se recogieron sillas y aunque algunas voces lejanas, trasnochadoras, se negaban al sueño, después se dio una tregua al calor de los cantos y aplausos. El domingo había que madrugar para honrar a El Guajiro, a los otros guerrilleros muertos en combate, a los asesinados después de rendidos acogiéndose a la seguridad de que sus vidas serían respetadas, a Manolo, cuya lucha revolucionaria “abonó el sendero de la libertad y sembró de esperanza el corazón del pueblo”.

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