Por la verdad

Por la verdad

Nos gusta coger piedras para quienes creemos más chiquitos. El mundo soslaya que norteamericanos, argentinos, chilenos y paraguayos, protegieran  criminales de guerra que cometieron abusos de lesa humanidad, durante la Segunda Guerra Mundial.

Muchos cometieron sus fechorías por placer, por ofrecerse,  para luego alegar que “cumplimos órdenes y éramos soldados”.

El perdón es uno de los principios morales más elevados y más difícil de ejercer.

Vaya usted a saber cuáles razones primaron para que los aliados (EEUU, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (Rusia), Francia, Inglaterra) sólo persiguieran selectivamente a criminales de guerra nazis, fascistas y seguidores del Imperio del Sol Naciente (Japón).

Recordemos la cuarteta: “En este mundo traidor/Nada es verdad/Ni es mentira/Todo se ve del color/Del cristal con que se mira”.

Dos componentes fundamentales de la victoria aliada fueron: la epopéyica resistencia de los defensores de la “madrecita Rusia” especialmente en Stalingrado y la conversión de la industria norteamericana a la producción masiva de armas de guerra de todo tipo, enviadas a Rusia e Inglaterra desde  antes de EEUU entrar al conflicto.

No olvido la importancia de la resistencia francesa, del espíritu indomable de los ingleses, de la brillante página escrita por los partisanos yugoeslavos encabezados por el Mariscal Tito, un obrero metalúrgico que logró, por varias décadas, equilibrar y mantener unidos los díscolos y tozudos pueblos balcánicos. 

En 1948 asistí a una tanda doble en el cine Unión, en Barahona: “Motín a bordo” y “La hora del olvido”. Esta última trata de un militar del Norte de EEUU que viaja al Sur,  después de la guerra civil norteamericana, a cumplir la última voluntad de un soldado del Sur que murió en sus brazos. Al final, el norteño se casa con la hermana del sudista.

La reconciliación de un país después de una tiranía o una guerra civil es algo traumático y  difícil de olvidar.

Aquí quedan por exorcizar varios temas:

-los asesinatos durante el trujillaje, incluyendo a todos los involucrados de todos los tiempos, pues aunque se vistan de seda, la mona mona se queda;

-los asesinos que fusilaron sin razón, sin piedad ni juicio, cientos de jóvenes en la zona norte de Santo Domingo durante la Guerra de Abril; y,

-quienes se ocultaron tras las charreteras doradas de sus rangos durante los 12 años de Balaguer, para asesinar, deportar, encarcelar, robar.   

Las heridas del trujillaje no están restañadas porque hay intereses que lo impiden.

A quien creo es al oficial constitucionalista, mi más que amigo  Lorenzo Sención Silverio, cuando refiere el accidente donde murió el teniente Jean Awad Canaán. Lo demás es información, leyenda, que debió investigarse para hallar la verdad.

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