Por los caminos de abril
El “Código Da Vinci” de la intervención del 65

Por los caminos de abril <BR><STRONG>El “Código Da Vinci” de la intervención del 65</STRONG>

FABIO RAFAEL FIALLO
Uno de los fenómenos literarios más notables de los últimos años ha sido sin duda alguna “El Código Da Vinci”, best seller del escritor norteamericano Dan Brown. Novela que pone a trabajar en permanencia, cual un rompecabezas, la imaginación del lector, la misma nunca hubiera alcanzado el éxito que ha conocido si las interpretaciones que ahí se presentan no pareciesen  absolutamente  coherentes. Acontecimientos separados por siglos los unos de los otros quedan hilvanados poco a poco y adquieren, gracias al escrutinio de la lógica, un sentido inusitado, como si la intriga hubiese sido orquestada meticulosamente a través del tiempo.

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Algo similar puede hacerse, guardando las proporciones desde luego, con respecto a la actitud asumida durante los primeros días de nuestra Revolución de Abril por el gobierno de Estados Unidos y sus representantes en el país. A primera vista, lo que observamos, de parte de aquella superpotencia, son posicionamientos más bien caóticos, incoherentes, que dan la impresión de escapar a una lógica cualquiera.

El día 25, tan pronto como dimite el presidente del Triunvirato, Donald Reid Cabral, el PRD solicita  al gobierno norteamericano una “presencia de Estados Unidos” para que facilite o coadyuve a la toma del poder de Bosch (ver  el  informe presentado por el senador  William Fulbright, presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado de Estados Unidos, reproducido parcialmente en el libro de Marcel Niedergang, La Révolution de Saint- Domingue, pp. 212-3, y en Google, Senator Fulbright: Appraisal of US Policy in the Dominican Crisis, September 15, 1965).

Reservamos para un artículo ulterior las objeciones éticas que pueden hacérsele a la solicitud del PRD. Lo que importa aquí es algo diferente, a saber: el hecho de haber formulado esa petición deja traslucir que el liderazgo constitucionalista no se sentía en ese momento con la fuerza suficiente para neutralizar por sí solo a los militares hostiles a la insurrección. El pedido del PRD le abría pues al gobierno norteamericano lo que en la jerga diplomática se llama una “ventana de oportunidad”: Estados Unidos hubiera podido reclamar, a cambio de la “presencia” demandada,  que  las  autoridades  constitucionalistas esclareciesen sus intenciones en asuntos de interés para aquel país.

Pero en vez de aprovechar la ocasión, el gobierno norteamericano ni siquiera responde a la iniciativa del PRD, lo que dicho sea de paso le valdrá una crítica acerba del senador Fulbright en el informe arriba mencionado.

¿Por qué el gobierno de Estados Unidos se abstuvo de contestar?  ¿Para mantenerse al margen de la contienda? No, puesto que apenas tres días después el mismo gobierno decidió enviar tropas a nuestro país. Entonces, ¿para no ayudar a la toma del poder de un movimiento que podría estar infiltrado por organizaciones de extrema izquierda? Tampoco, puesto que, precisamente, de haber respondido al llamado del PRD, Estados Unidos hubiera podido, a cambio de su ayuda, influir o tratar de influir en las orientaciones del gobierno que se habría de formar. Dicho de otro modo, le hubiera sido útil a Estados Unidos, no necesariamente aceptar el envío de la “presencia” solicitada, pero sí dar al menos una respuesta preliminar al pedido en cuestión y abrir por ese medio negociaciones con los líderes de la insurrección.

 Luego, en la madrugada del 27 de abril, el coronel Hernando Ramírez, ministro de las Fuerzas Armadas del gobierno provisional presidido por el doctor Molina Ureña, ofrece por teléfono su cargo al comodoro Rivera Caminero, del bando rival, quien no acepta la oferta y propone en cambio la formación de una junta provisional. El diálogo entre esos dos líderes rivales no pudo ser inamistoso, puesto que Hernando Ramírez llega hasta pensar que la negativa de su interlocutor no era definitiva. (Ver Piero Gleijeses “La crisis dominicana”, nota número 3  del capítulo IX, página 405).

Prosigamos. Apenas horas después de aquel intercambio telefónico, es decir, en la mañana del mismo 27, a instancias de funcionarios de la embajada norteamericana, Hernando Ramírez acude a la misma con la idea de establecer nuevos  contactos con el bando rival, esta vez  por intermedio  de los funcionarios recién aludidos. Es entonces, es decir, en el momento en que la embajada entra en escena como intermediario, cuando se hace más rígida la actitud de los anticonstitucionalistas: éstos no solamente cesan de proponer la formación de una junta provisional (como  acababan de hacerlo y como lo  habían  hecho previamente el 25 de abril), sino que incluso rechazan los diferentes lugares sugeridos por los constitucionalistas para entablar una negociación (Gleijeses, pp.243-4).

Nótese que la repentina intransigencia  de  los anticonstitucionalistas coincide cronométricamente con la irrupción de funcionarios norteamericanos en el primer plano de las conversaciones. Lo que es más, estos funcionarios (los mismos que habían invitado a Hernando Ramírez a la embajada), en vez de tomar la iniciativa de proponer un sitio neutro aceptable para ambas partes para una reunión eventual, se contentan con transmitirle a Hernando Ramírez una exigencia de los anticonstitucionalistas que tenía todas las apariencias de una celada: que Molina Ureña y su ministro de las Fuerzas Armadas acudiesen al puerto de Haina, puerto que estaba bajo control anticonstitucionalista.

Como dije en mi artículo “El círculo vicioso de la ofuscación”,  la intransigencia manifestada  por los anticonstitucionalistas en ese momento indicaba que habían perdido interés en una solución negociada. Pero, ¿por qué surge esa pérdida de interés precisamente cuando el diálogo se establece a través de la embajada norteamericana?

¿Acaso no es dado pensar que los funcionarios de esa embajada, en lugar de instar al compromiso, indujeron al bando  anticonstitucionalista a mostrarse  renuente  a negociar?  Si aquellos funcionarios hubieran deseado que fracasara su mediación, habrían actuado exactamente como lo hicieron en esa ocasión.

Los dos casos que hemos tratado aquí (la falta de respuesta al pedido del PRD del 25 de abril y  la intransigencia del grupo anticonstitucionalista cuando el diálogo entre los grupos rivales tiene lugar a través de la embajada norteamericana el 27 de ese mes) poseen un rasgo en  común: Estados Unidos no daba muestras de  gran entusiasmo en ayudar a la búsqueda de un compromiso negociado.

¿Por qué?  ¿Qué cálculos podrían haber guiado la conducta de las autoridades norteamericanas en esos primeros días de la insurrección de abril?  La segunda parte del presente artículo se propondrá descifrar ese enigma, tratará, por así decir, de descubrir el “Código Da Vinci” que podría esconderse detrás de la actitud de Estados Unidos en esos momentos decisivos de la contienda de abril.

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