Por los fueros de la verdad

Por los fueros de la verdad

Llegué al país en los días primeros de agosto de 1963 y encontré el ambiente de las manifestaciones de reafirmación cristiana. Eran organizadas por el grupo “Acción Dominicana Independiente” (ADI), que presidía don José Andrés Aybar Castellanos. La reunión en que se formó el grupo se llevó a cabo en la Universidad Femenina, en la calle El Conde número 21 altos. Era la vieja casona colonial de los Pittaluga-Nivar, en cuya planta baja estaba abierta la Joyería Di Carlo.

No se continuaron las reuniones allí, sino que fueron acogidas en las antiguas oficinas de recepción de Fomento Industrial, Mercantil y Agrícola, C. por A. Esta empresa, creada en los años iniciales del decenio de los sucesos, construyó su propio local en la intersección de las calles Arzobispo Meriño y Arzobispo Novel. Vacías sus antiguas oficinas en el edificio Ocaña, sirvieron para hospedar la ADI.

Cuando ADI se organizó, fue hecho público un documento que se publicó el 18 de julio de 1963. En el mismo se llamaba al rechazo de las fuerzas que fomentaban la división de clases y las pugnas contra la religión. El 4 de agosto tuvo lugar la primera de las “manifestaciones de reafirmación cristiana”, en la Puerta del Conde. En el camino del fomento de sus trabajos, ADI llamó a una reunión en su local del edificio Ocaña. A ella asistimos Luis Estrella, José Gómez Cerda, Porfirio Zarzuela y quien escribe. Pero los organizadores nos sacaron de la reunión.

En cierta medida, esos cuatro nombres representaban el cristianismo militante de la época. Todos, Estrella, Gómez Cerda, Zarzuela y nosotros, éramos –y somos- cristianos militantes, de las filas del catolicismo. Yo era integrante de Acción Católica y los demás formaban parte de movimientos diversos que promovían la doctrina social de la Iglesia. No cabíamos en aquella reunión, sin embargo, por razones que, debido a las limitaciones de este espacio, resulta imposible explicar y ponderar.

Excluidos, cada quien informó de los tirantes momentos vividos en la sesión de la ADI, a las entidades de servicio y religiosas en cuyo nombre acudió al encuentro. La Iglesia prohibió a los sacerdotes -curas, vicarios y encargados de trabajos pastorales- participar en dichas “manifestaciones de reafirmación cristiana”.

Escribo estas notas porque el país carece de memoria social. Y muy pocos acuden a los ricos acervos archivísticos de los grandes diarios, a la hora de escribir sobre aquellos sucesos de 1963. De ahí, por la verdad histórica, escribo. Tengo plena conciencia de que hubo sacerdotes inclinados a la deposición. La Iglesia -cleresía, feligreses en las asambleas litúrgicas- continuaron la obra de Dios. Porque la Iglesia fue ajena a esos eventos. 

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