¡Por Nicaragua!

¡Por Nicaragua!

Cuando Lesther Alemán Alfaro levantó su voz cuestionadora frente a Daniel Ortega, ejercía con enorme dignidad el derecho a molestarse ante un falsificador de esperanzas, utopías e ilusiones que entusiasmó a tantos jóvenes, intelectuales y toda la franja liberal que apostó a una Nicaragua libre. Lamentablemente, aquellas jornadas para desplazar por la fuerza de las armas a una dictadura terminaron construyendo un nuevo monstruo que, adornado de desviaciones ideológicas y un pragmatismo vulgar, calca de manera perfecta las horas de luchas que nos hicieron creer que el 19 de julio de 1979, la era estaba pariendo un corazón. ¡Qué va!

La historia debemos leerla con sentido de justicia. Años pasaron, pero el contagio existencial que provocó la llegada al poder, de Fidel Castro el 1 de enero de 1959, generó todo un andamiaje llamado a detener el proceso revolucionario en el continente. Transcurrieron 20 años entre la llegada triunfal a La Habana de los barbudos y las extensas campañas de solidaridad y retrato mítico de las acciones guerrilleras del Comandante Cero, Edén Pastora y las hazañas de ajusticiar a militares somocistas a manos de la implacable Nora Astorga.

Podría pasar inadvertido, pero la verdad es que en el marco de la guerra fría, el diseño de política exterior orquestada por el Departamento de Estado tenía de objetivo básico detener la expansión del fenómeno revolucionario. Así América Latina estructuró un festival de mártires reprimidos, encarcelados, asesinados que sus luchas abonaron los procesos democráticos, y reducido los referentes ideológicos, muchos proyectos inviables por la vía armada encontraron posibilidades en el orden electoral hasta conseguir el triunfo.

La derrota del Sandinismo en el marco de la competencia y pluralidad de partidos condujo a Violeta Chamorro al Gobierno. Ahora bien, los tiempos de oposición abrieron las compuertas a una transición que permitió a Daniel Ortega utilizar el ropaje democrático, ocultado con bastante efectividad, para regresar al poder y orquestar un modelo de autoritarismo perfecto. Redujo a un sector del liderazgo crítico de la Iglesia católica, corrompió a sus adversarios de la oposición, cerró todo espacio de disidencia interna dentro del FSLN, hizo de la Justicia un instrumento a su servicio y diseño tanto el Tribunal Electoral como Constitucional para la perpetuación de él y su familia.

Lo de Nicaragua indigna. Un hombre junto al clan que le sigue cerró toda posibilidad de pleno ejercicio democrático. Sangre en sus calles, muertos y la indignación popular que encontró en las injustas reformas al sistema de seguridad social un mecanismo de expresión ante el hastío de jóvenes, mujeres y adultos que aspiran a un país decente. La comunidad internacional no puede seguir indiferente ante el drama de esa nación centroamericana, debido a que antes, Sergio Ramírez, en su libro, Adiós Muchachos describía la tragedia y falsificación de un legado de gloria desvirtuado por un exponente del autoritarismo que presume y dispone de su patria, como titular de terrenos sin el menor respeto hacia la ciudadanía.

Toda persona con valores políticos aspira al restablecimiento del curso democrático en Nicaragua. Con partidos de oposición, prensa libre, órganos institucionales independientes y el establecimiento de mecanismos constitucionales que cierren la brecha de instaurar eternamente en el absoluto control del poder a un hombre y su familia. Y es que 39 años de tantos esfuerzos no pueden devolver a una etapa superada en el continente, bajo el rostro del que prometió una revolución moral de un pueblo que ha visto sus energías disolverse, ayer frente al inescrupuloso Anastasio Somoza, y hoy ante un Daniel Ortega.
Los pueblos poseen una sabiduría especial, y saben alentar las voluntades en la dirección correcta. La patria de Rubén Darío merece un amplísimo espectro de solidaridad democrática en momentos en que la mirada constante, la palabra precisa y sonrisa perfecta no seduce ni convence tanta ilusión perdida por el insaciable afán de una pareja: los Ortega-Murillo.

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