Por qué el deporte es más rentable que la inteligencia

<p>Por qué el deporte es más rentable que la inteligencia</p>

POR PEDRO JULIO JIMÉNEZ ROJAS
Ha sido el conocimiento de los salarios millonarios que hoy devengan beisbolistas dominicanos y estrellas del fútbol europeo, así como el dineral que se juega en las bancas deportivas y los cuantiosos ingresos que de ellas percibe el estado dominicano, la causa que me ha invitado a buscarle una posible explicación a esta redituable actividad.

Es también por todos sabido, que la sección de deportes de los periódicos locales es la mas buscada y leída por las grandes mayorías, hecho que no constituye una peculiaridad del pueblo dominicano pues en unas recientes vacaciones en Egipto, Túnez y Portugal constaté la misma preferencia por parte de los aficionados en los citados países.

Es de fácil comprobación además, el enorme atractivo que el deporte ejerce tanto en jóvenes como en adultos sin importar el género, y que a las multitudes de todo el mundo se les ofrezca cada cierto tiempo grandiosos espectáculos deportivos como son entre otros las olimpíadas, los mundiales de fútbol, los campeonatos de tennis y las carreras de fórmula uno.

Desafortunadamente, quienes cultivan las ciencias y las artes, es decir, los dominios donde la inteligencia y el razonamiento son los principales protagonistas, nunca han sido reciprocados económicamente como los deportistas de hoy, y algunos de sus máximos exponentes como Dostoiewski y Galileo murieron en la pobreza o condenados por la Inquisición.

Las revistas y suplementos culturales de los periódicos apenas son hojeados por los lectores y los libros científicos o literarios son totalmente desconocidos por el gran público, registrándose  en nuestro país un índice de lectura inferior a uno, o sea, que los dominicanos leen en promedio menos de un libro por año, hecho en verdad vergonzoso y lamentable.

Salvo el Premio Nóbel, entregado en una ceremonia que jamás tendrá la aparatosidad de la apertura de unas olimpiadas, los obreros de la inteligencia son sujetos de pocos reconocimientos internacionales, y si en los cinco continentes Ronaldinho y Schumaker son grandes notabilidades, los nombres de los nóbeles en física y literatura de este año son prácticamente ignorados por las muchedumbres.

De todo lo antes reseñado resulta paradójico y hasta sorprendente, que siendo los reclusos del pensamiento quienes con sus creatividades y descubrimientos proporcionan comodidades materiales y disfrutes espirituales a la humanidad, no sean ni remunerados ni exaltados al estrellato mundial como lo son aquellos que desarrollan el músculo y el vigor corporal.

La pregunta que surge necesariamente en quienes son testigos de las constataciones hasta ahora descritas en este trabajo es la que escogimos para titularlo, cuya respuesta quizá podrá ser objetada por muchas personas, pero es la que mas ha convencido a su autor luego de conversaciones con sociólogos y sobre todo por esfuerzos individuales de comprensión.

A pesar de la igualdad de géneros pregonada por las feministas recalcitrantes, un detalle de comportamiento exclusivo a hombres y animales del sexo  masculino es el afán de competencia, una especie de rivalidad existente entre ellos que es el origen de las luchas y pugnas advertidas tanto en la generalidad de las sociedades como en selvas y mares del planeta.

Esta necesidad o inclinación innata de los hombres hacia la disputa, hizo que en la antigüedad se desarrollara la Epica que tenía como escenario natural los palenques y los estadios los cuales se llenaban de público porque los asistentes ansiaban ver en acción los guerreros que tenían en estos casos la categoría de héroes.

Los deportes modernos son en el fondo una continuación de las epopeyas de antaño y quienes hoy asisten a los juegos o combates buscan lo mismo que los asistentes de ayer, es decir, el natural deseo de presenciar de hazañas, de ver en acción a otros individuos donde se manifiesta la rivalidad que en mayor o menor grado todos llevamos dentro.

Esta especie de delirio épico inflama a las multitudes que llenan los estadios y coliseos, las cuales ondean banderas propias, entonan himnos alusivos y ocupan lugares estratégicos en palcos y graderías, llegando en ocasiones a producirse graves enfrentamientos entre simpatizantes con el consiguiente saldo de heridos y hasta muertos.

Si en los deportes de hoy los atletas son los héroes de antigüedad cuyas gestas el público aclama ruidosamente, los locutores son los antiguos juglares que se creen en el deber de incitar a los oyentes liberando las emociones que asaltan su espíritu, tomando muchas veces partido con el equipo de su preferencia e incurriendo en expresiones lingüísticas desaforadas.

Las exageraciones del recordado Félix Acosta Núñez – el cuarto lleno, lleno de agua; ahí vienen los tanques etc. – las de los cubanos Rafael Rubí, Manolo de la Reguera y Felo Ramírez y de algunos dominicanos dedicados en la actualidad a la transmisión de la pelota, demuestran el afán de los juglares por verbalizar imágenes, de excitar la imaginación de la tele o radio audiencia.

Para completar el símil con la epopeya de antaño, era de esperar que la crónica deportiva nacional se caracterizara por la profusión de figuras retóricas y que el redactor recurra a belicosas expresiones con la única finalidad de exaltar al héroe, lo mismo que hicieron Homero y Virgilio si leemos la ilíada, la Odisea, la Eneida y otras epopeyas de la historia universal.

Las calificaciones empleadas por ciertos cronistas de aquí y de fuera para denominar a sus héroes tales como: el pequeño acorazado, el cohete, el bombardero de Detroit, el artillero del Real Madrid, la hormiga atómica, el mariscal y el lanzallamas del Houston, a la vez que los glorifica le recuerda al lector el ambiente de guerra, de batalla prevaleciente en la rivalidad deportiva.

Por lo antes evocado es lógico concluir que los deportistas actuales representan lo héroes de ayer y que a los mejores se les retribuya económicamente de forma a veces desorbitada para que los asistentes a sus proezas y hazañas excarcelen de su pecho el furor épico que nos habita desde niños.

Por esa liberación los hombres son capaces de pagar miles de dólares para presenciar desde ring – side una pelea de boxeo entre púgiles de peso completo, y de comprar en el mercado negro, como sucedió el verano pasado, una entrada a la final de fútbol entre Italia y Francia ascendente a la suma de 2,500 euros unos 100,000 pesos aproximadamente.

Si en verdad el ejercicio de la inteligencia es provechoso por los descubrimientos científicos y obras artísticas que genera, sus cultores no reciben por parte de la colectividad la remuneración apropiada ni mucho menos concitan el entusiasmo con que son correspondidas las megaestrellas del deporte, sobre todo en los países del Sur como lo es la República Dominicana.

Sin embargo la historia siempre se ha encargado de reparar en parte esta aparente injusticia, y por eso notamos que obras de artistas que vivieron en la indigencia luego de fallecidos son cotizadas a precios astronómicos – recientemente un cuadro de Van Gogh fue subastado por mas de 100 millones de dólares, cantidad que nunca ganará por año un   atleta – y además se les tiene reservada la gloria póstuma de bautizar con sus nombres avenidas, calles, plazas y jardines en todas las ciudades del mundo.

Nunca existirá una plaza Maradona en París, una calle de Joe Dimaggio en Roma, un jardín Fangio en Ciudad Méjico o una avenida Jack Dempsey en Buenos Aires; éstas nominaciones son patrimonio de aquellos que en su solitaria, y a veces sórdida existencia, se entregaron al cultivo del cerebro y no del músculo como Mozart, Fleming, Da Vinci, Pasteur, Víctor Hugo o Copérnico.

pjotajimenez@yahoo.es

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