Por qué política de inmigración tiene que ser compromiso

<p>Por qué política de inmigración tiene que ser compromiso</p>

POR MARTIN WOLF
¿Cuáles son los beneficios y los costos de una población diversa? ¿Cómo debe una democracia liberal definir los límites del multiculturalismo? Al responder estas interrogantes, los países de altos ingresos también definirán qué tipo de sociedad ellos desean en el siglo XXI.

Tal como aclara el Banco Mundial en su último informe Perspectivas Económicas, la presión de la migración de los países a los ricos es un rasgo permanente de nuestro mundo en proceso de integración*. La parte que representan los migrantes las poblaciones de los países de altos ingresos subió de 4.4% en 1060 a 11.4% en 2005. Y parece seguro que subirá aún más, puesto que ambas tendencias demográficas y las brechas persistentes en los ingresos y salarios entre los países en desarrollo y los de altos ingresos.  

Se ha abierto un debate intenso y a veces irritante sobre las consecuencias de este movimiento de personas. En un nuevo libro que provoca a pensar, Philippe legarin, el autor británico de Open World, un trabajo espléndido sobre la globalización, asume una posición audaz: déjalos entrar a todos.** Más precisamente, dice: “Sería lo mejor que nuestra fronteras estuvieran totalmente abiertas. Pero si eso se considera imposible por ahora, dejen que al menos sean más abiertas. Y aún si eso no es aceptable, dejen que estén al menos mejor reguladas”.

Legrain presta un servicio que no tiene precio: defiende la causa impopular de los libres flujos de personas. El libro es una excelente combinación de reportaje directo con un análisis detallado de las pruebas.

Lo que veo que falta, sin embargo, es un análisis de lo que pudiera ocurrir si no existieran restricciones sobre el flujo de migrantes. La teoría básica sugiere que el flujo de migrantes  hacia un lugar donde exista la posibilidad de obtener un ingreso mucho mejor podría continuar hasta que los salarios al que aspiran los migrantes hayan caído al mismo nivel que en su hogar (después de los ajustes por costos de mudarse y de vivir). Alternativamente, continuaría hasta que la condición de muchos de ellos se haya vuelto aún peor que en su hogar. Veríamos entonces en el mundo desarrollado lo que vemos en los países en desarrollo: extensos barrios pobres.

Ningún país de altos ingresos va a permitir que esto ocurra. Por esa razón se mantendrán algunos controles. Además, esos controles son eficaces, aún siendo porosos. Las brechas en los salarios en todo el mundo a las cuales alude Lagrain al defender los beneficios económicos de los flujos libres también demuestra la eficacia de los controles. Hacer la migración costosa y desagradable funciona. Pero esos costos son sin duda enormes, como siempre es el caso cuando las fuerzas del mercado se mueven por debajo.

También debemos reconocer que, como alega Lagrain, la migración sí aporta grandes beneficios. Las mayores ganancias globales agregadas vienen de las personas que se mudan de los medios malos a los buenos. Pero las mayores ganancias para los países receptores, digo yo, vienen de la misma mayor diversidad.

Lagrain cita a Richard Florida, de la Universidad George Mason: “l crecimiento económico regional está impulsado por la gente creativa, que prefieren lugares que son diversos, tolerantes y abiertos a las nuevas ideas”. Una cuarta parte de las personas que ahora trabajan en Londres nacieron en el extranjero. No sería nada aparecido a un lugar próspero o interesante como lo es sin ellos.

Sin embargo, la diversidad que crea esos beneficios traen con ellos el mayor de todos los retos: sostener las instituciones que son la fuente de la atracción de una democracia liberal.

Para su crédito, el primer ministro Tony Blair realizó una buena labor al definir los límites necesarios de diversidad en un discurso importante: “Cuando se trata de nuestros valores esenciales -creencia en la democracia, el imperio de la ley, tolerancia, tratamiento igual para todos, respeto a este país y su herencia compartida- entonces es ahí donde nos juntamos; es lo que mantenemos en común, es lo que nos da el derecho a llamarnos británicos. En ese punto, ninguna religión o cultura sustituye nuestro deber de ser parte de un Reino Unido integrado”.

La tolerancia de lo intolerante tiene que cesar donde lo último amenaza la sostenibilidad de la propia sociedad diversa. Si sería posible lograr esto en las circunstancias de hoy en día es poco claro. Pero no hay duda sobre la importancia de intentarlo.

Además de mantener las mismas cualidades que la vuelven un imán, en primer lugar, una sociedad tiene que decidir cómo controlar el influjo. Legrain hace una defensa forzosa contra la inflexibilidad de “elegir ganadores” en la inmigración. Mi propio criterio ha sido durante largo tiempo que los permisos de trabajo deben subastarse, con el precio como guía de cuántas personas deben dejarse entrar. Cuando a las personas se les permite ingresas, también es correcto ayudarlos a obtener lo necesario para participar en una democracia liberal: sobre todo, la lengua dominante y alguna información sobre sus instituciones y su historia.

Legrain tiene razón en dos puntos importantes: la migración no se puede detener; y ciertamente puede traer beneficios para todo el mundo. Pero también representa un desafío mayor que el que él admite. La respuesta, creo, es doble: controlar las fronteras, aunque se de manera imperfecta, y todavía más, insistir en los valores centrales de la sociedad que los recibe. Los resultados tampoco serán perfectos, per las alternativas de o completar la libertad de movimiento o una fortaleza son ambas imposibles. Lo que nos queda es el viejo arte del compromiso.

VERSION IVAN PEREZ CARRION

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