¿Por qué “cambian”?

¿Por qué “cambian”?

Guido Gómez Mazara

¿Por qué “cambian”?. La consistencia anda de vacaciones. Un inusitado interés en desdecirse parece constituirse en la materia de los políticos que, subestimando la intuición de los ciudadanos, creen posible burlarlos con frecuencia. Afortunadamente, el avance de la tecnología permite que, al alcance de un click, quienes ayer opinaban de una manera queden al descubierto cuando hoy cambian su discurso para colarse de simpáticos frente al poder.

Cuentan que Américo Lugo, ante la burlesca intención de la tiranía, de confundir su trabajo intelectual con el de colocar su cerebro al servicio de aquella orgía sangrienta, señaló con una frase el camino del decoro, “en mi miseria mandó yo”. Así ponía distancia de intelectuales fascinados por la condición de escribas, casi todos, invalidados históricamente por aparecer en el festival de páginas indignas y laudatorias, dedicadas al hombre que por 31 años arrodilló la dignidad de una parte importante de la población.

La lucha política post Trujillo estructuró la idea de que los gobiernos incurren en la práctica de reducir la disonancia al tamaño de un decreto. Por eso, pasan con bastante frecuencia de la crítica mordaz a la colaboración entusiasta sin detenerse a explicar las razones que impulsan transformaciones inexplicables a la luz del razonamiento coherente. Por fortuna, los pueblos tienden a ser inteligentes, y sin importar el grado de preparación, saben específicamente la innegable combinación de “evolución” en sus ideas y mejoría sustancial del nivel de vida, asociadas al presupuesto nacional.

La raíz de la edificación de los partidos verdaderamente democráticos anda de la mano con enfrentamiento de las ideas como fundamento democrático. El PRM nació en la intención de negar las aberraciones del PRD. Por eso, resulta lastimoso el vendaval de acomodos y gárgaras conceptuales que acompañan la insana intención de orquestar mecanismos de participación y consulta, propios del personaje que juramos jamás calcar y que la disminución de simpatías electorales colocó en el zafacón de la historia. Ahora que en los pueblos se amedrenta a los compañeros por no apoyar al candidato de las élites, presionan sus simpatías alrededor de ingresar a la nómina pública y designados vía decreto estructuran los mecanismos de supervisión de las elecciones internas, me asalta la duda relativa al interés de impugnar y/o salir de la vieja casa para emular las manías del que redujo el partido al tamaño de sus grandes negocios.

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Aquí nadie es tonto. Inclusive, la noción de desquite que acompaña un proceso de convención abierta con la participación de todos los miembros de la organización representa el verdadero dolor de cabeza de los que, en el siglo 21, piensan que los partidos tienen dueños.