Washington.- La decisión del presidente estadounidense, Donald Trump, de reconocer a Jerusalén como capital de Israel no responde tanto a deliberaciones estratégicas sobre la paz en Oriente Próximo como a motivos de política interna y a las presiones de sectores religiosos en Estados Unidos, según expertos.
Trump, que llegó a la Casa Blanca impulsado en parte por una fama de sagaz negociador reflejada en su libro “The Art of the Deal» (1987), definió hace meses la paz entre israelíes y palestinos como “el acuerdo definitivo”, un cotizado objetivo que certificaría irrevocablemente su capacidad para hacer tratos.
Este miércoles, sin embargo, se alejó de esa meta de forma quizá irreversible, al convertir a Estados Unidos en el único país del mundo que reconoce a Jerusalén como capital israelí y en el primero que planea trasladar allí su embajada desde que la ONU instara en 1980 a todos los países a retirar de allí sus misiones diplomáticas.
El presidente hizo ese anuncio antes incluso de que su yerno y asesor, Jared Kushner, tuviera ocasión de desvelar el plan de paz que diseño para israelíes y palestinos con el beneplácito de Trump y el frecuente consejo de Arabia Saudí.
Tras el discurso, los palestinos cuestionaron el futuro de Estados Unidos como mediador en el proceso de paz, y hasta algunas voces proisraelíes preguntaron por qué ha actuado Trump ahora, en vez de guardarse la carta para influir en unas posibles negociaciones.
La respuesta parece estar en el clima político de Estados Unidos, donde Trump se ha acostumbrado a reaccionar a las presiones sobre su cargo o la cobertura mediática negativa con bruscos anuncios diseñados para apelar a su base electoral.
“Esto tiene todo que ver con la política interna (de Estados Unidos), y nada con la paz en Oriente Medio”, dijo a Efe un experto en política exterior en la American University, Gordon Adams.
Durante la campaña electoral, Trump prometió que trasladaría a Jerusalén la embajada estadounidense que ahora está en Tel Aviv, una aspiración que otros presidentes estadounidenses, como Bill Clinton y George W. Bush, también expresaron antes de llegar al poder, pero finalmente abandonaron para no arruinar las perspectivas de paz.
El Congreso estadounidense trató de forzar el traslado de la embajada a Jerusalén en 1995, al aprobar una ley que exige mover a la Ciudad Santa la misión diplomática en Israel.
Esa ley permite a los presidentes estadounidenses aplazar ese traslado si consideran que eso encaja con los “intereses” de EEUU, un trámite que debe hacerse cada seis meses y que los tres predecesores de Trump completaron regularmente.
El presidente hizo lo mismo por primera vez en junio pasado, pero en las últimas semanas, ante la perspectiva de volver a firmar un documento que contradecía su promesa electoral, se planteó un cambio de rumbo.
Cuando Trump anunció en octubre que abandonaría el acuerdo nuclear con Irán si no se corregían sus “defectos”, lo hizo también coincidiendo con la fecha límite de una certificación periódica que, por orden del Congreso, debía hacer la Casa Blanca para garantizar que Teherán estaba cumpliendo con el pacto. Según algunos expertos, la incomodidad que le genera a Trump ese ritual de certificación de asuntos que no encajan con sus promesas electorales puede haberle empujado a tomar ambas decisiones.
“Este presidente actúa basado en sus impulsos”, argumentó Adams. Natan Sachs, un experto en Oriente Próximo en el centro de estudios Brookings, cree también que Trump dio este discurso “en parte porque le tocaba firmar de nuevo la orden” para postergar la aplicación de la ley, según dijo en la página web de la institución.
Lo mismo opina Aaron David Miller, un analista que asesoró al Gobierno de Clinton en el proceso de paz de los años 90 y trabaja ahora en el centro de estudios Wilson Center.
«(La decisión se debe a) una combinación de la frustración de Trump respecto a tener que postergar de nuevo (la aplicación de la ley de 1995) y sobre la falta de cumplimiento de su promesa electoral, y de su deseo obstinado de hacer algo que sus predecesores no hayan hecho nunca”, dijo Miller a la cadena CNN.
De hecho, durante su anuncio, Trump se encargó de subrayar que otros presidentes no habían cumplido sus promesas electoral sobre Jerusalén por “falta de valentía”, y que él sí lo haría. Con su discurso, Trump buscaba contentar a sus votantes “cristianos evangélicos, que siempre han apoyado a Israel”, según recordó Adams.
“También se dirigía a donantes a su campaña como (el magnate judío de los casinos) Sheldon Adelson, que son inflexibles en su insistencia de que Estados Unidos debería apoyar a Israel, y no a los palestinos”, agregó.
El principal grupo de presión proisraelí de Estados Unidos, Aipac, también elogió hoy la decisión de Trump, y sus generosas contribuciones de campaña a legisladores de ambos partidos podrían tener algo que ver con las escasas críticas que recibió el discurso del presidente desde el Congreso.