¿Por qué demolerla?

¿Por qué demolerla?

Se habla de demoler el edificio de la Penitenciaría de La Victoria. La aplicación de medidas destinadas a mejorar el encierro de los condenados no justifica la obra destructora. Porque dígase lo que se diga, la demolición entraña derribar unos fuertes muros que por la época en que fueron erigidos los supongo con la fortaleza del hotel Jaragua. Todos los que tienen edad para recordar lo que requirió tumbar las paredes de este hotel saben a qué me refiero.

La empresa que construyó a sus expensas la nueva edificación hotelera trajo del exterior maquinarias especiales para derribar aquellas paredes. Las grandes moles de hierro resonaban en el antes tranquilo vecindario. El tránsito en la avenida Independencia a la altura del edificio fue desviado desde la calle Socorro Sánchez. Dos semanas después de iniciada la triste tarea dirigida a tumbar la obra arquitectónica de Guillermo González, las paredes lucían intactas. Debió recurrirse a cargas en serie de dinamita y detonantes plásticos para que el edificio colapsase.

La Victoria es de la época en que ingenieros y políticos no podían combinarse para construir obras que exhiben los vicios durante los actos inaugurales. Aunque la política le ha recortado el terreno que lo circunda, aún tiene espacio para que en su perímetro se levante la nueva cárcel. Terminada una moderna y atractiva penitenciaría, La Victoria puede someterse a renovaciones interiores. Los condenados que cumplen sentencias en su interior pasarían a la moderna cárcel en tanto se cambia el aspecto de La Victoria.

Por supuesto, debe entonces realizarse una tarea consciente y seria. Poco más de dos lustros atrás se llevó a cabo una intervención estructural destinada a mejorar ese edificio. La tarea se prolongó innecesariamente y el ingeniero que recibió la contrata llegó a quejarse porque las cubicaciones se pagaban con tardanza. Los trabajos de obras civiles que se llevan a adelante entre incumplimientos y comisiones tienen el inconveniente de los vicios. Eso ocurrió en aquella cárcel, cuya reparación no satisfizo las expectativas de los carceleros y de los encarcelados. Únicamente a los políticos de turno dejó sonrientes esa labor.

Pero ni esa pésima renovación ni el hacinamiento que se practica tras sus muros, justifica que se tumbe. Sobre todo en país en donde los gobiernos de estos tiempos dependen de préstamos para cumplir su deber de invertir. Se malgastarían los recursos que se dediquen a la demolición. Y sería injustificable que en nación tan requerida de obras de infraestructura social se destruya aquello por lo que ya el contribuyente pagó.

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