¿Por qué el mar?

¿Por qué  el mar?

NECESITO del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navíos.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.
No son sólo las conchas trituradas
como si algún planeta tembloroso
participara paulatina muerte,
no, del fragmento reconstruyo el día,
de una racha de sal la estalactita
y de una cucharada el dios inmenso.

Lo que antes me enseñó lo guardo! Es aire,
incesante viento, agua y arena.
Parece poco para el hombre joven
que aquí llegó a vivir con sus incendios,
y sin embargo el pulso que subía
y bajaba a su abismo,
el frío del azul que crepitaba,
el desmoronamiento de la estrella,
el tierno desplegarse de la ola
despilfarrando nieve con la espuma,
el poder quieto, allí, determinado
como un trono de piedra en lo profundo,
substituyó el recinto en que crecían
tristeza terca, amontonando olvido,
y cambió bruscamente mi existencia:
di mi adhesión al puro movimiento.
Pablo Neruda

La inmensidad del mar me produce temor y curiosidad. Me fascina observarlo. A pesar de que lo respeto con horror, me fascina. Me encanta verlo hasta donde termina el horizonte, disfrutar de los diferentes tonos de verdes y azules. Me gusta verlo también en la oscuridad de la noche, confundido con el cielo. El reflejo de la luna sobre el oscuro mar es un verdadero poema. Yo digo que el mar es como la vida: una aventura, un misterio, un eterno descubrimiento…
Lo interesante es que el mar ha sido objeto de estudio y preocupación de todo el mundo. Los historiadores lo han estudiado para conocer las corrientes migratorias, los flujos comerciales, y como medio de expansión de cultura y saberes.
Recientemente, y gracias a un maravilloso viaje que hice por París para trabajar en unos archivos, sucumbí a la tentación de comprar unos libros. Llegó a mis manos un pequeño y hermoso libro de Alain Corbin y Helena Richard titulado “El mar. Terror y fascinación” (La Mer. Terreur et fascination), publicado en el año 2004 por la Biblioteca Nacional de Francia. Inicia el libro con una cita interesantísima de un valiente marino holandés, quien después de haber vivido mucho tiempo en el mar, concluyó que la primera impresión que recibió del mar fue el temor. En la pequeña obra cita al gran Jules Michelet, escribió en 1875:
El agua, a pesar de ser algo terrestre, es el elemento no respirable, de la asfixia. Barrera fatal, eterna, que separa los dos mundos. No nos sorprendamos si la enorme masa de agua que llamamos el mar, desconocido y tenebroso en su profundo espesor, aparezca siempre como algo temible a la imaginación humana. Jules Michelet, 1875
Dicen los autores del pequeño libro, que Michelet fue el temor al mar que le inspiró a escribir esta descripción poética y romántica. Pero el mar es más que misterio, más que terror. Alain Corbin decía que los historiadores del mar son esencialmente especialistas de la navegación, de sus técnicas, de sus beneficios, de sus peligros y de las guerras que engendra. Para Braudel, decía, el mar es el espacio ideal para la circulación y el comercio, pero la naturaleza no es tomada en cuenta, es solo un medio, pues el corazón de su investigación son las tierras que el mar toca, para que se produzcan los intercambios comerciales.
Plantea Corbin que también se puede analizar el mar como un mecanismo de conexión de toda índole entre las sociedades que tienen el privilegio de contar con un pedazo de mar, pueden ser analizadas desde diferentes perspectivas: geográficas, comercial, cultural, para mencionar algunas; bajo el apelativo de ciudades marítimas.
El mar, sigue diciendo el historiador francés, hay que reconocerlo, es hostil a la naturaleza humana, porque es poderoso de los fantasmas, generador de terror, fuente de inspiración, símbolo de lo infinito y de todo el poder. La lenta evolución del conocimiento no ha podido romper con la complejidad y la inmensidad del mar. Y desde siempre ha sido objeto de inspiración para toda suerte de intelectuales a través del tiempo. Homero, por ejemplo, lo definía como un espacio hostil a los héroes, un teatro cruel para la muerte anónima y sin gloria, porque priva a las víctimas de ser despedidas con los honores de los suyos. El mar, seguía diciendo, no constituye un placer, al contrario, representa una forma de desgracia.
Los textos de los escritores del Renacimiento, sigue escribiendo Corbin, consagrados al mar, utilizan la metáfora y el simbolismo. Los peligros del mar son similares, decían, a la vida que llevaban los cristianos. El embarque es el nacimiento; el puerto es el saludo; la tempestad, es el camino del infierno.
En el siglo XVIII las emociones que suscitaba el mar cambiaron. El temor fue superado con el espectáculo de su inmensidad, el terror fue cambiado por la contemplación, llegando incluso a crear un himno a su poder y a su bondad. La belleza del mar era producto de Dios, era una expresión de su grandiosidad, era el símbolo del misterio divino.
El siglo XIX, sigue explicando Corbin, cambió la visión por algo más terrenal: los beneficios del mar a la economía de los países. Pero sobre todo, se descubrió la gran riqueza inimaginable que guarda ese inmenso trozo de agua salada que bordea a todos los continentes. El siglo XX descubrió el lado científico del océano, permitiendo un inimaginable desarrollo tecnológico. Con esos nuevos instrumentos el mar ya no era un misterio, sino un objeto permanente para el estudio y el descubrimiento.
Así pues, el mar, el océano… ha sido desde siempre objeto de imaginación, de temor, de amor, desamor, odio y descubrimiento.
EL MAR…
Donde hay historias de amor
que nunca se escribieron,
donde las olas vienen y van
siempre trayendo dulces recuerdos.
Escucho en una caracola el susurro de tu voz,
te siento a mi lado, es la magia del mar,
me acerca a ti, me arrastran las olas… El mar.
Lugar infinito, lejano horizonte
donde tú estás…
El mar
Donde yo escribo estos versos
para ti, sin poderte olvidar.
Tú eres mi recuerdo, mi vida…
Jessica Arias Mingorance

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