¿Por qué el temor?

¿Por qué el temor?

La sentencia del Tribunal Superior Electoral (TSE) que devuelve a la senda democrática al Partido Revolucionario Dominicano (PRD), anula la fatalidad autoritaria que se aposentó en la organización de mayor tradición en el país y puso en manos del ejercicio partidario trivial, afín a las ventajas económicas e incapaz de articular niveles de respetabilidad en el seno de la población. Lo desconcertante es que una sociedad que transita hacia el perfeccionamiento de sus instituciones no puede aniquilarse porque el sistema de partidos no avanza con la velocidad requerida, y las élites políticas, perciben su rol como un espacio exclusivo para reproducir privilegios irritantes.
El drama del PRD es que la reducción en sus simpatías electorales está asociada a la tesis de su rostro directivo, en el sentido de rentabilizarse en lo personal, debido al afán de hacer del otrora partido mayoritario un “pivot” del poder donde gana él y nadie más. De ahí, el interés en aferrarse, controlar e impedir que sus bases se expresen estructurando todo un tinglado que revestía de “legalidad” a un dirigente incapaz de alcanzar porcentajes elementales de decencia ante el electorado. No obstante, Vargas Maldonado representó una pieza de utilidad singular para la agenda del partido gobernante que conocía al detalle “sus debilidades” y lo colocó en la jefatura de la organización con mayor potencialidad electoral alguien en capacidad de “siempre entenderse”, sin importar las consecuencias para la nación de construir una fuerza partidaria hegemónica.
En la medida que el PRD se disminuía, la noción de lo partidario se edificó alrededor de una organización de áulicos, sin discrepancias propias del activismo democrático y funcionando en el entendido de un jefe supremo en capacidad de liquidar la disidencia. El resto asumía un estatus de subordinación pura y simple que liquidaba la noción del cuestionamiento a las líneas oficiales. Así perdió el rumbo el partido y, en la actualidad, pretende que el poder “lo salve” ante la cita interna en la que, la condición de amo, debe ser sometida al concurso de sus militantes.
Lo traumático para Vargas Maldonado y sus acólitos es construir niveles de legitimidad tanto en el partido como en la sociedad. Hacia lo interno deberá explicar sus ocho años administrando las siglas, utilizando recursos millonarios, su anémico desempeño electoral y el anhelando proceso en edificar reglas de competencia que, en todos los escenarios, resulta cuesta arriba transformar impugnación en la sociedad con validación dentro de la organización. No es posible “explicar” la irritación en amplísimos segmentos y una valoración positiva en la jurisdicción partidaria. Fuera de las fronteras perredeístas, es poco lo que podrá conseguir, porque una sociedad anhelando nuevos paradigmas para la vida pública tendrá en el actual canciller del país un exponente de valores invertidos.
El verdadero temor de perder el control del PRD radica en lo que viabiliza esa categoría partidaria que combina perfectamente con destrezas comerciales inimaginables para la mayoría de hombres y mujeres que militan en la organización de José Francisco Peña Gómez. Y es muy sencillo, en su historia empresarial Vargas Maldonado nunca había tenido un negocio tan rentable como el de presidir el partido blanco. Ejemplos abundan, pero lo importante es que la sociedad será testigo de cómo la ruta hacia la celebración de una convención para elegir las nuevas autoridades estará llena de excusas, inventos y diabluras tendentes a crear un “proceso” a su servicio.

Fastidiará al PLD por todos los costados, pretenderá montar presión ante el Tribunal Superior Electoral, encenderá la red de bocinas e intentará comprar a todo el que legítimamente intente adversarlo. Afortunadamente, tendremos un segmento extenso de gente que aspira a un ejercicio partidario decente y que se seguirá convencido de que, desplazado Vargas Maldonado, de la jefatura del PRD se crearán las condiciones para que retorne la esperanza a una organización digna de mejor suerte.

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