Por qué en París?

Por qué en París?

Antes de que la mente siniestra de Abdelhamid Abaaoud orquestara la acción terrorista que llenó de luto a toda la comunidad internacional, la realidad del mundo yihadista, mezcla un prejuicio histórico donde el acuerdo de 1916 hizo de los territorios sirios colonia francesa, sumando la esencia laica de un Estado que tiene en los bombardeos sobre Raqa todos los componentes para hacer de las calles de París centro de los ataques del ISIS.

En occidente no terminamos de entender que una de las múltiples razones que dificultan una solución a los conflictos del medio oriente consiste en estimular líderes para la transición validados desde los despachos de las grandes potencias, pero divorciados de la realidad social, cultural y religiosa. Así se sustituyen a los caudillos. Ahora bien, tales recetas han profundizado la inestabilidad en toda la región porque Irak sin Hussein, Libia con posterioridad a la muerte de Khadafi y el derrocamiento de Morsi en Egipto no han llenado las expectativas democráticas. Por el contrario, el caos no termina.

Cuando Francois Hollande decidió encabezar los ataques contra Siria generaba dos acciones de altísima peligrosidad política: en el orden local, validaba la franja conservadora y la agresividad de su discurso, divorciándose de su raíz social-demócrata y desde la perspectiva internacional, era asumido de enemigo público #1 del Estado Islámico. Pérdida por partida doble.

Los países que encabezan la coalición en toda la zona desde el año 2003, sin pretenderlo y afanados en crear equilibrios políticos, establecieron las bases de un ejército de voluntarios que rebasan 31,000 guerreros con enorme capacidad para financiarse por vía del secuestro, el desplazamiento de refugiados y un relativo control de ciudades donde las reservas de los derivados del petróleo y gas natural, rentabilizan sus operaciones militares. En el terreno práctico, no estamos frente a un adversario como Al Qaeda sino que los niveles de internacionalización del yihadismo dificultan la edificación de una eficiente labor preventiva porque el 80% de sus seguidores son extranjeros reclutados en las calles de grandes capitales del mundo.

El intento de salir del gobierno encabezado por Bashar Al Asad generó un indirecto fortalecimiento del Estado Islámico porque en la medida que se promovían cambios democráticos cargados de una primavera árabe, el contrapeso de Rusia y China estimulaba la permanencia del actual mandatario sirio, controlando todo el deseo de pluralidad política y colocando a la comunidad internacional ante el dilema de elegir entre el jefe del gobierno y el extremismo yihadista. Por eso, los ataques a París oficializan el mal menor y transforman la agenda e intereses del mundo musulmán.

Así como Bin Laden hizo al mundo testigo de una ira que comenzó en el año 1979, cuando la inteligencia estadounidense le colocó al frente de la insurgencia en Afganistán, transformándolo en un adversario de una potencialidad puesta de manifiesto el 11 de septiembre del 2001. Ahora bien, las huestes que pretenden imponer su califato en Siria y extender sus creencias religiosas, necesitaban un golpe de efecto. Y lo lograron, hace 14 años en New York. Ahora, es en París.

Aunque la cuota de sangre no tiene comparación, en el marco de la estrategia yihadista existe un componente económico que los franceses recibirán como una cuota adicional. El año pasado, Francia recibió 84 millones de visitantes, 32 de ellos llegaron a París. En el lenguaje de las finanzas públicas, las actividades de los turistas se calculan alrededor del 7% del PIB y la industria genera el 10% de los empleos de la economía.

Desgraciadamente, la visibilidad del Yihad tuvo en la acción de París un doble objetivo y será tarea del mundo civilizado llegar hasta las últimas consecuencias hasta derrotarlos.

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