¿Por qué es preocupante la globalización?

¿Por qué es preocupante la globalización?

En los meses finales de los años sesenta tuve el privilegio de viajar alrededor del mundo como primer violín de la Orquesta Sinfónica de Cincinnatti. Para mí, más que una experiencia musical, fue una experiencia humana porque, con el imperfecto aunque eficaz desenvolvimiento en tres idiomas, pude hacer contactos directos con poblaciones tan disímiles como la de Suiza y la de Bombay, la de Tokio y la de Creta, por ejemplo. En mi tiempo libre, mientras mis compañeros (norteamericanos en un 95%) se mantenían en las piscinas, bares,  restaurantes o diversiones de los hoteles Hilton o equivalentes, yo salía a mezclarme con la gente del pueblo. Pude entrar hasta templos prohibidos para extraños. Como  creo  que nada es casual,  entiendo que mi incorporación a la que, según informes, es la única sinfónica que le ha dado la vuelta al mundo (salimos por Nueva York y entramos por San Francisco de California) tras meses de vuelos en tres aeronaves fletadas,  tal periplo sirvió para proveerme de una visión directa de las diferencias humanas.

   Trujillo decía que no somos suizos, para intentar la justificación de sus injusticias y crueldades. No lo somos, como tampoco somos alemanes o ingleses, pero es que esos pueblos han vivido una imposición disciplinaria. Recuerdo que mis amigos en Hannover bromeaban diciendo que aquí lo que no está “prohibido”  es porque “no está permitido”. Y ya no estaba Hitler.

   Todo venía de lejos, de una cultura disciplinaria que entre nosotros nunca ha existido y me temo que no estamos cerca de alcanzarla, porque el primer indisciplinado es el Gobierno, éste, el otro y el de más atrás. No se inclinan reverentes ni ante las leyes que ellos mismos promulgan y han jurado respetar. Así… nuevas leyes ¿para qué?

     Inicié este artículo mencionando mis contactos multinacionales y multiculturales. Pensé  en todo lo que se perdería en un mundo forzado a una igualdad, a idénticos hábitos, a iguales panoramas físicos y espirituales, a propósitos idénticos e uniformes.

     Néstor García Canclini, profesor de la UNAM de México e investigador del Sistema Nacional de Investigadores Culturales Mexicanos, en su libro “Consumidores y ciudadanos, Conflictos multiculturales de la globalización” (Ramdom House Mondadori, 2009), nos dice: “En un tiempo en que las campañas electorales se trasladan de los mítines a la televisión, de las polémicas doctrinarias a la confrontación de imágenes y de la persuasión ideológica a las encuestas de marketing, es coherente que nos sintamos convocados como consumidores aun cuando se nos interpele como ciudadanos”.

   Esto está sucediendo mundialmente, aunque me temo que aquí, por falta de educación en la democracia, en sus deberes y derechos para con los ciudadanos, estemos usando lo peor de la globalización. Sus males ciertos y sus discutibles beneficios. Cada vez más los países pobres dependen de los países ricos. Los improductivos de los productivos. Los ineducados de los educados.

   Es que se trata de una “modernidad” absurda: Los más fuertes lo dominan todo ante la aceptación enceguecida de los débiles que descuidan su capacidad productiva: Lo que pueden lograr utilizando su tierra, su mente y su esfuerzo.                    

No cabe duda. La Globalización es un negocio estupendo.

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