¿Por qué escribimos?

¿Por qué escribimos?

DIÓMEDES MERCEDES
Hay quienes escriben para cautivar, seducir o dominar con sus ideas, sus prosas o estilos. Hay también quienes escriben bajo el imperio del deber de comunicar con pasión lo que hace falta en momentos estelares de alumbramientos.

Yo más bien escribo intentando deshabitar de ideas mi cerebro, para liberarme de su atosigamiento invisible. Pero para quien le dio con pensar, es tarea imposible, es como querer secar el manantial. Cuando saco el cántaro de entre las piedras, más y más agua llega y no hay recipientes ni tiempo para acumularlas, sólo tengo para escribir el tiempo que dedicaría a las ternuras si hubiera en el mundo un alma que con la mía se trenzara y si existiera, no escribiría nada de nada, talvez, porque el escritor bueno es soledad casi absoluta.

Quienes escriben, vocación de maestros, pensadores  y filósofos, han de tener, para escudriñar y escudriñar sobre interrogantes hasta encontrar respuestas interesantes que se han de querer compartir. Pero a eso interesante no  se arriba así por así. Depuración de conocimientos adquiridos por estudios, experiencias, observaciones y meditación, mezclados con genio, sensibilidad, perspicacia e intuición, serán necesarios para con suerte crear con originalidad un solo párrafo, La escritura no es un arte fácil.

Cada palabra es ingrediente único en el contenido de los conceptos que expresan las frases, las oraciones  y los signos dentro de la composición.

En los tiempos de Tolstoy o de “Stendhal”, época pre- industrial, la novelística por ejemplo, género en el que se destacaron, iba dando el tono que se reproduciría en todo cuanto se escribía: profusión y minuciosidad, penetración por vía de los personajes en los perfiles psicológicos de los actores representativos de las colectividades anímicas retratadas,  y que como espejos reflejaban el mundo social de la época.

Para hacerlo él o la escritora debía de disponer de mucho y dedicado tiempo de creación y composición artesanal de su pensada obra destinada a un universo cultural que viajaba en coches y que económicamente se movía en carretas al ritmo de las estaciones en las distancias. Escritores y lectores, mataban tiempo sobrante creando o consumiendo lo creado, sin prisas ni presión.

La aceleración propia de la Era científico-tecnológica, empuja hacia una comunicación literal cada vez más cercana a la clave que a la literatura de Shakespeare, “Stenthal” o Tolstoy. La inteligencia actual para bien o mal rechaza los volúmenes y el escritor, aún de una mente prolífica  como García Márquez ha tenido que pasar de 100 años de Soledad, a Crónica de una muerte anunciada y sobre la vida de Bolívar, tan pródiga, escribir El General en su Laberinto, extractando.

La base intelectual de nuestras naciones se expande pero igual se adelgaza, se simplifica y se hace tópica.  Cada cual, si lee algo es sobre lo que hace, lo restante aunque pueda interesarle, lo descarta porque no tiene tiempo para entretenerse con ello o simplemente porque carece  de instrucción para aprehenderlo. Sólo someras líneas sobre un tema y basta. Cuando no una foto o una imagen de TV con entre 12 o 20 palabras y se acabó. Es lo que obliga a quien escribe hoy a condensar y a algunos a no pensar en hacer obras y/o ensayos, sino artículos periodísticos que en nada pueden ser como los de Ortega y Gasset sino breviarios como los del doctor Rafael Molina Morillo. Quienes semanalmente hacemos la proeza de escribir un artículo de dos cuartillas esforzándonos en resumir contenidos, si creemos que seremos leídos y entendidos deliramos. Sólo excepcionales lectores penetran en el cauce de nuestras ideas, el lector promedio no puede, porque no sabemos expresarnos o conectar nuestro interés con el suyo, o porque sencillamente están faltos de formación para leernos y entendernos.

He sido invitado a aulas universitarias por profesores para participar de talleres sobre artículos míos publicados y desde que el bachiller lee el primer párrafo descubro que no sabe leer,  ni posee idea del significado de las palabras que masculla, que no tiene comprensión de la lectura que hace y que su léxico expresivo común y académico no pasa de las  250 palabras vertidas sin lógica y en “clichés” callejeros con lo que es mejor entender a Tres Patines o al Chavo del Ocho, que los que los bachilleres intentan decir en su jerga.

Esto me ha estremecido porque el arte de escribir no tiene al parecer destinatario y es aquí un mero acto inútil de narcisismo y de exhibicionismo intelectual, despojado por las circunstancias de su función y utilidad social.

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