Por qué escribo

Por qué escribo

MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
El notable escritor argentino Ernesto Sábato, ferviente admirador de Pedro Henríquez Ureña, quien en la Universidad de la Plata fuera su maestro y amigo, nos refiere en su libro “Apologías y Rechazos” un emotivo diálogo con Don Pedro, que nos movió a profunda reflexión.  Asombrado por el celoso afán del sabio maestro que diariamente se dedicaba a la prolija corrección de los “deberes de alumnos insignificantes”, restando tiempo a su valiosa creación humanística, inquirió su motivación.  Don Pedro sonrió al responder: “Porque entre ellos puede haber un futuro escritor”.

Tal respuesta pulsó una cuerda sensible de mi espíritu, porque nunca he dejado de pensar al asumir una actitud o tomar cualquier decisión de interés público que un joven anónimo ávido de orientación me está observando.  Escribo en esta sociedad anómica, de múltiples agresivos canallas y de cómodos y pusilánimes encanallados, con la esperanza de que algún joven desconocido, con la voluntad, el talento, la ética, y la visión de un auténtico líder en ciernes nos lea.  Que nuestra sociedad pueda salvarse de la pandémica patología moral que la corroe y la mata dependerá de que esos “jóvenes desconocidos” hagan solidaria muchedumbre.

Escribo para contribuir a activar y ejercitar el músculo de la crítica social.  Para que el sentido crítico no sucumba ante la mentira política, y la verdad prevalezca sobre el interés de la historia oficial.  Porque a medida que la llama crítica languidece se aviva el fuego de la intolerancia totalitaria.  No escribo por encargo ni “pane lucrando”.  Mis ideas, aciertos, y errores son fruto de mis creencias y profundas convicciones; no del interés crematístico.

Siento un respeto enamorado por la lengua española y su potencial expresivo, y considerando que a decir de Peter Drucker, “la comunicación es el acto del destinatario, y que quien comunica no es quien escribe, sino quien lee”; mis artículos, muy a mi pesar, no llegan directamente al gran público, aunque la defensa de sus intereses posea mi mayor y prioritaria preocupación.  Me resulta detestable la demagogia populista; por ello no escribo buscando fama, ni notoriedad, ni ganancia de premio como articulista, sino como imperativo de conciencia comprometida con el interés colectivo.

Me siento moralmente comprometido a llamar las cosas por su nombre, como esencial requisito para la polémica, la lógica conclusión, y el mutuo acuerdo.  Porque un cuadrúpedo que ladra, y fija repetitivamente su territorio con el úreo levantamiento de una pata trasera, es perro, no cisne ni gacela.

Escribo como deber y acto de solidaridad con tanta gente de pensamiento: intelectuales, comunicadores, periodistas formadores de opinión; alarmantemente preocupados al ver cómo la Nación y su soberanía, como el azogue, se nos escurre de las manos.  Y cómo involucionamos histórica y políticamente a la etapa pre-trinitaria; a una restauración al revés; con el inadvertido e insensato patrocinio de una “partidocracia”, que los poderosos intereses de los ricos de “nuestra sociedad civil”, en buena mayoría, alientan y alimentan.

El lema trinitario, ¡que es el de la República!, se ha desleído desde su coda. La libertad, vaciada de contenido ético del deber y la responsabilidad, ha devenido viciosamente en anárquico particularismo; con vocación de alienante mediatización por intereses foráneos.  El concepto de patria ha caído penosamente en el descrédito por obra de políticos que consideran su invocación como un acto de intolerancia, de paranoia de la extrema derecha, cuando no de fábula delirante.  Hoy, pronunciar tal palabra, es un tabú al cual pocos políticos se atreven.  Y sólo las Fuerzas Armadas le dan honroso refugio.  Dios, es la palabra de mayor potencia y permanencia, no como firme e inconmovible creencia del alma dominicana, sino como esencial fundamento de la iglesia.  Nuestros políticos no adoran ni temen a Dios; temen a la Iglesia.  La adulan, buscando su favor.  Como particular acto de proselitismo.

La restauración y puesta en vital vigencia del lema trinitario en el corazón y la mente dominicana, es una misión de urgente patriotismo.  Debemos comenzar por preservar y servirnos de la libertad en su recto sentido y elevada finalidad; para esculpir en el alma ciudadana el nobilísimo significado de un concepto desmitificado de patria.  Que hoy por hoy está severamente amenazada por propios y extraños.  Es el más excelso ejercicio que podemos hacer de la libertad.  Con la ayuda de Dios.

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