¿Por qué Haití no es prioridad de Estado?

¿Por qué Haití no es prioridad de Estado?

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Pese a la dependencia de los dominicanos de la mano de obra haitiana en los últimos años, y de como nuestras calles y poblaciones se llenan de más nacionales del vecino estado que encuentran su sustento localmente, los políticos criollos post Trujillo han vivido de espaldas a esa realidad, ya que la corrupción y los protagonistas estuvieron más ocupados en hacer fortunas que en atender la convivencia en la isla o en desarrollar el país.

Las relaciones con Haití se han querido manejar en el más bajo perfil, y los dominicanos siempre llevan las de perder cuando se nos presenta ante el mundo como un pueblo racista. Y ahora las recientes y precipitadas repatriaciones masivas de haitianos nos dejan mal parados frente a la opinión internacional.

Desde 1961, con brillantes excepciones, ha sido imposible estructurar para con los haitianos una diplomacia dominicana coherente y madura, que evite los roces que ahora se producen con inusitada frecuencia, obligando a las autoridades a pedir excusas y meterse la lengua donde la espalda pierde su nombre. Entonces, se hacen promesas de que esos hechos no se repetirán más y no se ha secado la tinta, cuando ya el país está envuelto en otro affaire de violencia; todo por la ausencia de una diplomacia que sepa tratar con madurez a la hábil diplomacia haitiana, que en la actualidad nos da gavela y siempre nos hace aparecer como los culpables de hasta cualquier epidemia de gripe que se desarrolle en el vecino estado.

Haití es un territorio que se muere; su acelerada desertificación, agravada por las acciones de su habitantes para desarrollar un conuquismo nómada de montaña o extraer leña o carbón de los bosques, han convertido a más del 80% del territorio occidental en un erial, que presiona a sus habitantes a hacer lo único que les queda por salvar la vida, y es emigrar hacia la parte oriental de la isla.

La emigración haitiana se ha acelerado desde los primeros cinco años del presente siglo. La abundancia de haitianos que tienen sus enclaves en campos y ciudades, así como la apreciable cantidad de mujeres con niños en los brazos pidiendo en nuestras calles son la cara de un problema incipiente y de graves proporciones al que no se le está poniendo caso, ya que en los primeros cuatro años de este siglo las autoridades de la ocasión estuvieron más empeñadas en convertir al país en un narco estado y mancharse con los actos de corrupción más descarados y realizamos a la luz de todo el mundo sin tener miedo a los castigos ni al repudio moral de la ciudadanía sana.

El panorama para el futuro no es halagüeño, si desde ahora no se establecen planes concretos de asistencia y de cooperación isleña, que busquen la forma de aprovechar una mano de obra que ya no es barata sino que exige pagos similares al de los dominicanos. También, al estar ubicados en sectores de los barrios de las ciudades, reclaman los servicios que precariamente son ofrecidos a los dominicanos por las instituciones públicas, que hasta ahora son pacientes de los hospitales, son discriminados en la asistencia al considerarlos seres inferiores.

Se podría pensar en un organismo a nivel de Secretaría de Estado o Corporación que se encargue del desarrollo de la isla, en donde los planes específicos de los dominicanos vayan amarrados a los proyectos de desarrollo que se tengan con Haití. Y esto es más urgente ahora que se avecina la aprobación del TLC y el país va a necesitar más mano de obra si realmente se quiere competir, modificando la actual estructura industrial y agrícola del país, abriendo las posibilidades de nuevos negocios que apuntalen lo que es ya la base económica de la nación como lo es el turismo. Así ocurrió en España en la década de los 70, que el turismo fue la base para actual desarrollo industrial, que abastece con calidad a los países compradores como el nuestro.

Es necesario darle otro enfoque a las relaciones con Haití para que alcancen una mayoría de edad en donde mentes capaces, que entre los dominicanos las hay, puedan trabajar sin estar pensando en los beneficios que se derivan de los altos cargos públicos para aunar los esfuerzos de los dos países, que sus pueblos viven de espaldas a su futuro y ni piensan en planes comunes de progreso. Pero es poco lo que se logrará si a los esfuerzos de los dos países no se le ayuda a convertir en realidades las promesas que los amigos de Haití han estado anunciando desde hace años para sacar a ese país del atolladero, con una lluvia masiva de millones de dólares, que nunca han aparecido desde que Aristide fuera sacado del poder por Estados Unidos.

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