Por qué los curanderos no pasan de moda

Por qué los curanderos no pasan de moda

Décadas atrás había en Licey al Medio un famoso curandero conocido como Don Juan, de tanto éxito que llegó a tener una farmacia. Testigos que quedan cuentan que desde otros pueblos venían guaguas llenas de personas que buscaban sus preparados medicinales, como también sus consejos. El famoso antropólogo Carlos Castañeda escribió sus tesis doctoral y varios libros sobre un curandero mejicano, coincidencialmente, del mismo nombre. “The teachings of Don Juan” relata la extraordinaria y terrorífica experiencia de un hombre de ciencia participando en un mundo en el que la magia se mezcla con sustancias alucinógenas.

Nuestro Don Juan era hombre de ingenio. Recetaba dos botellas, una de color rojo, y otra azul, que la gente podía comprar en dos visitas, por lo que él siempre le decía al que compraba una: “Recuerde que la segunda es la que sana”. Don Juan era hombre de distinción y buenas relaciones. Luego de un viaje a Europa, llamó a varios médicos prestigiosos de Santiago para entregarles dos champañas que le había traído de Francia. Cuando los doctores llegaban a su consultorio, en Licey, Don Juan salía a la sala de espera para entregarle las botellas envueltas. Cuando el agradecido visitante se alejaba, Don Juan decía a sus pacientes: “Ese que ustedes vieron es el famoso doctor tal, que viene a buscar sus botellas”.

Pese a las investigaciones de Castañeda, y de los importantes hallazgos de la ciencia en cuanto a las propiedades curativas de ciertas yerbas y sustancias que son parte de la tradicional medicina popular o folklórica, parece imposible separar los efectos de las sustancias en sí mismas del “efecto sugestión” de un hábil curandero, similar al “efecto placebo” que las investigaciones han demostrado que también ayuda a mejorar; o de acaso los efectos mágico-religiosos de ciertas fórmulas o ritos, imposibles de confirmar por la metodología de las ciencias naturales. Además, como todos sabemos, hay muchas enfermedades cíclicas que sanan solas. Los sociólogos de la medicina han establecido que la sola actitud de adoptar el “rol del paciente”, disponerse al tratamiento, predispone el organismo a sanarse. Pero hay mucho más. Siempre recuerdo aquella visita de Ronald Reagan y su esposa a un astrólogo. Lo recuerdo más porque en importantes canales de televisión presentan un tal Walter ofreciendo la misma mercancía. Y en radioemisoras locales, a personajes semi-analfabetos repartiendo consejos sobre enfermedades y problemas emocionales; o auto-proclamados cristianos ofertando sanaciones milagrosas.

En Alemania, Francia, y en otros países vanguardia de la civilización, ejercen y pagan impuestos miles de brujos, voduistas, astrólogos y demás expertos en yerbas. En países muy pobres el sistema de Salud Pública entrena curanderos como auxiliares, porque de todos modos la gente está social y psicológicamente obligada a buscarle remedio y alivio a los familiares; a falta de dinero, seguro y de servicios públicos de salud, procuran tizanas y ensalmos donde estos proveedores, de salud o de consuelo; que dejan a los deudos tranquilos en sus conciencias, al poder proclamar: “¡Hicimos todo lo posible para sanar al difunto!”.

 

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